Buscar este blog

25 julio 2024


Los parientes pobres de Rafael Gumucio, una novela fracasada (nuevamente).


Gumucio, Rafael. Los parientes pobres. Santiago: Penguin Random House Grupo Editorial, 2024, 248 páginas.

Hay que reconocer que se esforzó y esto le permitió pasar del simple garabateo al que nos tenía acostumbrados en sus anteriores entregas a algo que se puede llamar novela. Así que ¡felicitaciones! Después de más de diez años del inicio de su carrera literaria, por fin publica un volumen que pueda ser considerado más que un simple borrador que no debió llegar nunca a las librerías. Los parientes pobres, el último libro de Rafael Gumucio, está muy mal escrito y pésimamente estructurado, pero es un avance, muy pequeño, pero avance a fin de cuentas. 

La novela de la clase alta nacional ha manifestado desde sus inicios gran fascinación por la figura del patriarca, casi siempre hombres terribles que generan tanta admiración como repulsión. Los parientes pobres tiene como centro a un autoritario y ególatra anciano con demencia. Este patriarca posee varias medallas a su haber: un potente reproductor (engendró nada menos que once hijxs), “mujeriego”, padre ausente y derrochador como pocos. 

En cuatro segmentos o formatos se divide el volumen: el chat donde participan los hijos e hijas, una conversación telefónica entre dos hermanos, los fragmentos de ejercicios de un taller de autobiografía cursado por una de las hijas y el monólogo de Emilia, nieta del patriarca.

El relato se inicia con el nonagenario internado en una casa de reposo junto a su también anciana y trastornada hermana. En su desvarío no se reconocen como hermanos lo cual ha llevado a que se conviertan en pareja amorosa. Sus hijos se encuentran aterrados por el posible incesto, ya que entienden que están en camino a convertirse en amantes de tomo y lomo. Este suceso da lugar a la deliberación de los vástagos respecto a cómo separar a la pareja y buscar un lugar donde instalar al patriarca.

Narrar una historia utilizando múltiples voces debería permitirle al lector o lectora enterarse de puntos de vista distintos entre sí. De esta forma se dispersa el poder de una voz única y se suman perspectivas que complejizan lo que se sabe sobre lo narrado. Si se hace bien, es decir, si hay muchas perspectivas, la narración pasa a ser dialógica y se contrapone a una narración monológica, donde prima solo un punto de vista. Demás está decir que puede haber novelas estructuradas en torno a una sola voz que a pesar de ello son también dialógicas. No se trata entonces de la cantidad de voces, sino de cómo se trabajan los puntos de vista y, claro, esta distinción no hace referencia a la calidad de una ficción.

El problema con Gumucio es que agrega y agrega voces, pero con tan mala ejecución que podría poner otras cien y la perspectiva seguiría siendo la misma. Es decir, estamos ante un caso grave de incapacidad para comprender algo más allá de la forma externa. Esta novela manifiesta un monologismo profundo sostenido por una figura autoral que opera como un director que solo fragmenta la información, pero que no entrega puntos de vista diferentes, contradictorios o que actúen como puntos de fuga. Nada de nada. Así las voces resultan ser solo modulaciones de un poder omnímodo, incapaz de ir más allá de un marco ideológico, de clase y filiación: la elite y la entronización paternal. En esta narración no hay dialogismo porque las voces se anudan en una misma y exclusiva preocupación, el destino del padre, uniformando todos sus discursos.

Por eso de poco sirve el formato chat de WhatsApp. Pareciera ser que esta sección está escrita por alguien que nunca ha estado en un grupo de WhatsApp, una suerte de boomer que llega con la última novedad y que no cacha nada. Todo muy ordenadito, muy redactadito, no hay emojis, ni stickers, ni palabras sueltas o con faltas de ortografía. Más bien esto es una especie de coro donde todas las voces siguen un guion muy claro y nadie se lo salta. De espontaneidad ni sombra, para Gumucio la rigidez de la prosa es el único camino a seguir.

Los descendientes del anciano, exponen y reiteran temáticas, descripciones de afectos, sucesos, decisiones, responsabilidades. Un ir y venir discursivo cerrado sobre sí mismo, donde el patriarca jamás tiene voz, aunque hay que decir que sale bien parado, porque la admiración es lo que funde todas las miradas. Pese a los mil defectos, el padre es una figura digna de orgullo porque la varonía se comprende como un don al cual solo queda rendir pleitesía. Un modo de ver que la narración no otorga a las madres, quienes comparten dos potentes rasgos: infieles y/o buenas para abandonar a su prole.

Sin embargo, esta conformación de lo “femenino” no es suficiente, así que la novela se atreve a definir a las mujeres de la siguiente manera: “Una mujer es todos sus cajones, todas sus puertas escondidas sobre estanques cerrados que tiene dentro, protegidos por más y más esclusas, toda la mecánica de los secretos que ya una olvida por qué eran secretos, todos los golpes encajados también dentro de la matriz de tu útero protector donde queda guardado el secreto de los secretos, que es justamente el de poder guardar dentro de ti una vida (y varias muertes, muchas muertes también). Crisálida terrible en que, para no seguir doliéndote de ti misma, te transformas de gusano en marquesa y te vas a donde nadie se acuerda de que fuiste otra cosa que mariposa, para no molestar a nadie con tu metamorfosis”. Hay que reconocer que juntar tanta tontera y cursilería en tan poco espacio es un gran trabajo. Mujer crisálida, mariposa, útero, cajonera, sencillamente un punto alto en la historia de la infamia escritural.

De esta forma, la novela fracasa en su intención polifónica (es monofónica), reitera un tema manido (la familia), entroniza al padre terrible (salvaguardando el orden patriarcal), subalterniza a la mujer (nuevamente salvando al patriarcado) y sostiene la solidez del orden de clase elitista.

Lo peor es la ausencia de tensión dramática y de fortaleza discursiva. Los hijos e hijas, carecen de pasión o algún tipo de afecto/estado emocional que logre expresarse de manera verosímil. Los parientes pobres fluye de forma lánguida entre la cursilería y el convencionalismo encarnizado. Gumucio va progresando, pero a un ritmo tan lento que quizás de aquí a diez años publique algo medianamente interesante.

Entre el traidor y el héroe : El último neógrafo de Ignacio Álvarez La novela opta por una ironía cuya intencionalidad siempre tiene una fun...