Los parientes pobres de Rafael Gumucio, una novela fracasada (nuevamente).
Gumucio, Rafael. Los parientes pobres. Santiago: Penguin Random House Grupo Editorial, 2024, 248 páginas.
Hay que
reconocer que se esforzó y esto le permitió pasar del simple garabateo al que
nos tenía acostumbrados en sus anteriores entregas a algo que se puede llamar
novela. Así que ¡felicitaciones! Después de más de diez años del inicio de su
carrera literaria, por fin publica un volumen que pueda ser considerado más que un
simple borrador que no debió llegar nunca a las librerías. Los parientes pobres, el último libro de Rafael
Gumucio, está muy mal escrito y pésimamente estructurado, pero es un avance,
muy pequeño, pero avance a fin de cuentas.
La novela de
la clase alta nacional ha manifestado desde sus inicios gran fascinación por la
figura del patriarca, casi siempre hombres terribles que generan tanta
admiración como repulsión. Los parientes pobres tiene como centro a un
autoritario y ególatra anciano con demencia. Este patriarca posee varias
medallas a su haber: un potente reproductor (engendró nada menos que once hijxs),
“mujeriego”, padre ausente y derrochador como pocos.
En cuatro
segmentos o formatos se divide el volumen: el chat donde participan los hijos e
hijas, una conversación telefónica entre dos hermanos, los fragmentos de
ejercicios de un taller de autobiografía cursado por una de las hijas y el
monólogo de Emilia, nieta del patriarca.
El relato se
inicia con el nonagenario internado en una casa de reposo junto a su también
anciana y trastornada hermana. En su desvarío no se reconocen como hermanos lo
cual ha llevado a que se conviertan en pareja amorosa. Sus hijos se encuentran
aterrados por el posible incesto, ya que entienden que están en camino a
convertirse en amantes de tomo y lomo. Este suceso da lugar a la deliberación
de los vástagos respecto a cómo separar a la pareja y buscar un lugar donde
instalar al patriarca.
Narrar una
historia utilizando múltiples voces debería permitirle al lector o lectora
enterarse de puntos de vista distintos entre sí. De esta forma se dispersa el
poder de una voz única y se suman perspectivas que complejizan lo que se sabe
sobre lo narrado. Si se hace bien, es decir, si hay muchas perspectivas, la
narración pasa a ser dialógica y se contrapone a una narración monológica,
donde prima solo un punto de vista. Demás está decir que puede haber novelas estructuradas
en torno a una sola voz que a pesar de ello son también dialógicas. No se trata
entonces de la cantidad de voces, sino de cómo se trabajan los puntos de vista
y, claro, esta distinción no hace referencia a la calidad de una ficción.
El problema
con Gumucio es que agrega y agrega voces, pero con tan mala ejecución que
podría poner otras cien y la perspectiva seguiría siendo la misma. Es decir,
estamos ante un caso grave de incapacidad para comprender algo más allá de la
forma externa. Esta novela manifiesta un monologismo profundo sostenido por una
figura autoral que opera como un director que solo fragmenta la información,
pero que no entrega puntos de vista diferentes, contradictorios o que actúen
como puntos de fuga. Nada de nada. Así las voces resultan ser solo modulaciones
de un poder omnímodo, incapaz de ir más allá de un marco ideológico, de clase y
filiación: la elite y la entronización paternal. En esta narración no hay
dialogismo porque las voces se anudan en una misma y exclusiva preocupación, el
destino del padre, uniformando todos sus discursos.
Por eso de poco
sirve el formato chat de WhatsApp. Pareciera ser que esta sección está escrita
por alguien que nunca ha estado en un grupo de WhatsApp, una suerte de boomer
que llega con la última novedad y que no cacha nada. Todo muy ordenadito, muy
redactadito, no hay emojis, ni stickers, ni palabras sueltas o con faltas de
ortografía. Más bien esto es una especie de coro donde todas las voces siguen
un guion muy claro y nadie se lo salta. De espontaneidad ni sombra, para Gumucio
la rigidez de la prosa es el único camino a seguir.
Los descendientes
del anciano, exponen y reiteran temáticas, descripciones de afectos, sucesos,
decisiones, responsabilidades. Un ir y venir discursivo cerrado sobre sí mismo,
donde el patriarca jamás tiene voz, aunque hay que decir que sale bien parado,
porque la admiración es lo que funde todas las miradas. Pese a los mil
defectos, el padre es una figura digna de orgullo porque la varonía se
comprende como un don al cual solo queda rendir pleitesía. Un modo de ver que
la narración no otorga a las madres, quienes comparten dos potentes rasgos:
infieles y/o buenas para abandonar a su prole.
Sin embargo,
esta conformación de lo “femenino” no es suficiente, así que la novela se atreve
a definir a las mujeres de la siguiente manera: “Una mujer es todos sus
cajones, todas sus puertas escondidas sobre estanques cerrados que tiene
dentro, protegidos por más y más esclusas, toda la mecánica de los secretos que
ya una olvida por qué eran secretos, todos los golpes encajados también dentro
de la matriz de tu útero protector donde queda guardado el secreto de los
secretos, que es justamente el de poder guardar dentro de ti una vida (y varias
muertes, muchas muertes también). Crisálida terrible en que, para no seguir
doliéndote de ti misma, te transformas de gusano en marquesa y te vas a donde
nadie se acuerda de que fuiste otra cosa que mariposa, para no molestar a nadie
con tu metamorfosis”. Hay que reconocer que juntar tanta tontera y cursilería
en tan poco espacio es un gran trabajo. Mujer crisálida, mariposa, útero,
cajonera, sencillamente un punto alto en la historia de la infamia escritural.
De esta
forma, la novela fracasa en su intención polifónica (es monofónica), reitera un
tema manido (la familia), entroniza al padre terrible (salvaguardando el orden
patriarcal), subalterniza a la mujer (nuevamente salvando al patriarcado) y
sostiene la solidez del orden de clase elitista.
Lo peor es la ausencia de tensión dramática y de fortaleza discursiva. Los
hijos e hijas, carecen de pasión o algún tipo de afecto/estado emocional que
logre expresarse de manera verosímil. Los parientes pobres fluye de
forma lánguida entre la cursilería y el convencionalismo encarnizado. Gumucio
va progresando, pero a un ritmo tan lento que quizás de aquí a diez años
publique algo medianamente interesante.
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