Un alto costo por el éxito
Esta comedia livianita y
olvidable es bullente en lugares comunes y cursilerías de la protagonista. Una
chica ruda y letrada, pero por sobre todo, fanática de un tipo de masculinidad
que permanentemente la obliga a degradarse.
Paulina Flores. La
próxima vez que te vea, te mato. Barcelona: Anagrama, 2025, 196 páginas.
No debería sorprender,
cualquiera puede sacar un libro no logrado o reguleque. Le puede ocurrir a
todos y todas. Pero este sorprende y mucho, especialmente por la profundidad
del cambio, por su transformación dramática de pasar de ser una de las
esperanzas jóvenes de la narrativa de mujeres en Chile a esto. La próxima
vez que te vea, te mato de Paulina Flores es una novela que no solo
decepciona, sino que preocupa.
Es cierto que, por
momentos, Flores logra hacernos reír con las aventuras de Javiera. Ella es una
joven chilena, escritora, estudiante de posgrado, ilegal en Barcelona: categóricamente
snob, con poco dinero y que realiza talleres literarios on line.
Su principal
característica: pretende vivir al ciento por ciento el amor romántico. No de
manera irónica, sino apegada totalmente al itinerario romántico. El objeto de
su pasión es su roommate Manuel, un guapo y enamoradizo músico peruano.
El relato es llevado por Javiera, celópata y, por sobre todo, servil con su macho.
Al extremo que las infidelidades del galán peruano, llevan a Javiera a
pretender vengarse de sus amantes, dejando indemne al susodicho.
Atrás quedó en Flores su
escritura de largo aliento, aquella que hilaba diversas temporalidades y
niveles dramáticos, que otorgaba profundidad psicológica a sus personajes
mediante líneas sincrónicas, contextos turbios y relaciones afectivas
conflictivas. Hoy tenemos a una escritora que se rinde al mercado a través de
una trama superficial y una escritura simple, centrada en la acción más que en
el discurrir de sus personajes.
Esta
comedia livianita y olvidable es bullente en lugares comunes y cursilerías de la
protagonista: “quería tomar el control de mi
narrativa. Sentir como un pájaro de canto melodioso y apasionado. Pero solo
encontraba palomas muertas”. El abuso en cómo se autoconfigura Javiera es excesivo.
No hay espacio para la insinuación, todo resulta dicho de manera literal,
explícita: “Me gustaba confundir fantasía con realidad para obtener catarsis
poéticas y sublimar la pena. Para evitar, precisamente, la locura”. La
desconfianza en la capacidad lectora de ir más allá de lo obvio, la
desconfianza en que no vamos a poder interpretar ambigüedades, convierte esta escritura
en un panegírico simplón de la victimización y del chiste fácil.
Ella es una chica ruda y
letrada, pero por sobre todo es fanática de un tipo de masculinidad que
permanentemente la obliga a degradarse: “Me di cuenta de que era mi oportunidad
para suplicar. Postrarme a sus pies y pedirle que se quedara”. Podría ser
evidente que el accionar de la protagonista se deba a la alta dependencia económica
respecto de Javier, llevándola a figurar como víctima, pero es tan alto el
grado de banalidad de esta ficción que no vale la pena. Resulta inútil el ejercicio
de sobreinterpretar con el único objetivo de impedir que esta novela se hunda
totalmente en la insignificancia.
Lo más llamativo es que
la configuración degradada de lo femenino es ignorada por todo el resto de los
personajes del libro. O sea, el universo narrativo naturaliza ese rol sin
ningún contrapeso. Inconsciencia compartida, por supuesto por la voz autoral,
capturada por un modelo de femenino idiota, subalternizado. Tanto es así que la
subordinación y el maltrato se reproduce incluso en el sexo. A tal grado que él
la asfixia y le dice “la próxima vez que te vea, te mato”. Amenaza que la
protagonista asume como un aderezo lógico y divertido de su relación.
Esto ocurre porque la
historia busca construir obsesivamente a una chica ‘alternativa’. El problema
es que en que para ello recurre a una propuesta ideológica anacrónica: Javiera es
una chica joven, soltera, migrante de clase media que en pleno 2025 sostiene
como máximo baluarte de transgresión su libertad sexual. Realmente no, no da.
Lo peor es que ese supuesto libertinaje nace sin lugar a dudas del deseo de
venganza ante el desapego de su macho latino.
Una pose de rebeldía que
cuyo fondo es nada más y nada menos que la vieja creencia en el mito de la
posesión y exclusividad de la pareja. O sea, el discurso de la novela está
cargadísimo al conservadurismo amoroso-sexual. Dentro de eso, resulta lógico
que surja el deseo de Javiera de matar a las amantes del peruano. No se podía
esperar menos, el amor es así, qué se le va a hacer.
Flores ha caído en un
pozo profundo, muy profundo. Quizás efecto del éxito o, sencillamente, se
aburrió de imposturas pasadas. Ser latinoamericana y estar en las ligas mayores
de la industria editorial parece que en este caso tiene un costo alto. Veremos
si sigue estando dispuesta a pagarlo.