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24 enero 2025

 

El corrupto redimido: Mal de altura de Gonzalo Maier.

El único interés que moviliza y que le da fuerza a la historia es excusar y lavar la imagen del corrupto empresario. Por la cantidad de errores que tiene el libro, Maier parece un escritor primerizo.

 


Gonzalo Maier. Mal de altura. Santiago: Penguin Random House, 2024, 132 páginas. 

Digamos que lo intentó, pero no le dio el vuelo. La idea de poner a conversar a un filósofo con un empresario corrupto podría haber funcionado. Redimir al delincuente y prácticamente santificarlo, ha llevado esta novela al carajo. Mal de altura parte de una idea interesante: dos directivos de un holding muy importante y gestores de uno de los mayores delitos tributarios en la historia del país fueron sancionados con clases de ética en una conspicua universidad nacional.

Este suceso da lugar a un relato protagonizado por Sócrates Saavedra. Un mediocre profesor de filosofía nacido en los noventa, que trabaja en una lujosa universidad precordillerana. Su contraparte es Echaurren, un exitoso empresario a quien la justicia condena a tomar clases de filosofía.

 Saavedra y Echaurren se ven obligados a pasar largas jornadas, caminando por el borde cordillerano, repasando obras filosóficas clásicas que puedan iluminar la vida del condenado. La novela se enfoca en la vida privada del profesor y en el desempeño académico de su alumno. Sócrates cumple perfectamente con el estereotipo de filósofo: un doctorado en Alemania que entendió que la filosofía era preguntarse cosas como de dónde venimos y hacia dónde vamos, ese nivel. Por supuesto que es solitario y con una vida amorosa fracasada. En lo laboral es mediocre y a pesar de su juventud parece siempre agotado de la vida, aunque sin dramatismo alguno. Sin embargo, no todo es tan básico. El empresario es construido desde el comienzo como un feroz amante del conocimiento, un tipo abierto al cambio y a la redención.  

El problema mayor es que la anécdota es totalmente plana, sin tensiones. Eso se podría haber compensado con conversaciones profundas entre los personajes y con algún grado de desencuentro entre sus puntos de vista, pero nada. Los personajes apenas evolucionan, no hay sorpresas, llevando la trama a una pasividad de lujo. Además, se reiteran situaciones y la forma cansina del habla del narrador solo consigue que el tedio se apodere del acto de lectura.

La razón de todo esto es haber centrado la historia en excusar y lavar la imagen del corrupto empresario. Todo el esfuerzo, si es que lo hay, está puesto en presentar al ser humano tras el estafador de cuello y corbata. Un tipo, según el parecer del narrador: “desvalido, quebrado, desesperado”. Rasgos de los que no hay el más mínimo vestigio. Pese a ello, el filósofo se atreve a afirmar, con una ligereza impresionante, que se encuentra ante un hombre al que: “la plata le importaba poco y nada. Por un lado, la tenía y, por otro, lo pasaba bien multiplicándola [. . .] Era una forma de vida como podía serlo la medicina o la filosofía, o incluso los viajes espaciales. Echaurren no buscaba plata, nada le interesaba menos, sino una vida a través de la plata”. O sea es tanto y tan ridículo el afán reivindicatorio del volumen que dice que al tipo que ha estado todo su vida solo preocupado de ganar dinero, el dinero no le interesa.

De todas formas hay que admitir que en un punto la novela rozó una derivación interesante: el enamoramiento que el profesor siente por su discípulo: “un iluminado, un profeta, y yo un ciego que no lo pudo reconocer cuando pasó a mi lado”. Pero para Sócrates esto no es solo un amor platónico, lo desea con todas las de la ley: “yo quería que él estirara un brazo sobre mis hombros, que me apretara contra su pecho, quería sentir el olor de su desodorante, la pesadez de su aliento, y que me preguntara si no quería ser parte del directorio de una minera o de un banco menor”. Está claro que el filósofo no siente solo amor, sino que también quería agarrar un puestecito bien pagado, una cosa poca con unos cuantos millones de sueldo. La mezcla de poder, dinero y homoerotismo era un buena veta, pero el volumen se autocastra y la deja ahí como un acto fallido.

Cuando Echaurren se integra al circuito social del maestro y empieza a compartir con otros intelectuales, que por supuesto escuchan jazz en sus fiestas, se empieza a dibujar un posible intercambio de roles o robo de identidad. El libro acorta la distancia entre el narrador (Sócrates) y el héroe (Echaurren) en un proceso tan anunciado que no provoca sorpresa alguna.

Por la cantidad de errores que tiene el libro, Maier parece un escritor primerizo. La extraordinaria ingenuidad con que trata el tema de un millonario corrupto termina convirtiendo todo el esfuerzo en una simple y benevolente mirada hacia los poderosos.

17 enero 2025

Un debut esperanzador: De un infierno a otro de Julia Guzmán

Julia Guzmán elabora un conjunto de impecables historias donde revierte lugares comunes del género investigativo. Este significativo debut resulta muy saludable para la literatura policiaca nacional, tradicionalmente propiedad de varones.


Julia Guzmán. De un infierno a otro. Santiago: LOM, 2024, 115 páginas.

 

El 2024 ha sido el año de la narrativa policial escrita por mujeres. Un nombre importante en este flujo de autoras es el de Julia Guzmán quien ha publicado recientemente su primer libro de cuentos. De un infierno a otro contiene diez relatos, algunos no inéditos, donde se advierte una fuerte preocupación por explorar distintas configuraciones del género femenino, privilegiando mundos interiores en crisis, vidas expuestas al daño y a decisiones irreversibles.

Dos matrices posee el volumen: una netamente detectivesca, clásica, centrada en dos investigadores privados que deben resolver casos a partir de la pesquisa y el análisis y otra, que se ciñe al estilo domestic noir, donde personajes comunes resultan apresados por conflictos domésticos que en algún momento podrían llegar a ser delictivos. El punto en común de ambas matrices es su distancia de problemáticas sociales, esto le permite concentrarse en la condición hipócrita del ser humano. Generalmente son los varones quienes actúan de manera solapada y violenta. Las mujeres, por su parte, son personajes con muchos matices, vericuetos que delatan un carácter en ocasiones decidido, pero también compasivo y sometido.

La intención de Guzmán de alejarse de los crímenes de gran envergadura representa un giro importante respecto de los que tradicionalmente realiza el género policial, estas narraciones huyen de lo grande, lo estruendoso, tanto así que optan por delitos menores o por situaciones que solo en apariencias parecen punibles. Sin embargo, situarse en lo menor no implica para nada la pérdida del suspenso, el planteamiento de un enigma, una atmósfera oscura y personajes decadentes.

Cinco de estos relatos son protagonizados por Miguel Cancino y Ester Molina, quienes abandonaron sus estudios universitarios para dedicarse al oficio de investigadores privados sin contactos con la oficialidad policial. Ocasionalmente se ayudan en su oficio y aunque él demuestra admiración por Ester, no son pareja romántica. Ambos comparten rasgos como la soledad, la precariedad económica y un aire de fracaso vital. En cuanto a diferencias, Cancino es retraído, tímido y meditabundo. Ester, por su parte, es directa, pragmática y autoritaria. Un componente central en la conformación del personaje femenino es su lesbianismo. Resulta un verdadero acierto que la autora saque de la heterosexualidad a la mujer detective, rompiendo con una tradición masculinista del policial en Chile.

En oposición a las historias en torno a Cancino y Molina se encuentran los domestic noir, donde se enfatiza el suspenso, el vagabundeo psicológico y el protagonismo de la mujer, esta vez como entidad activa y no solo como víctima. En estos relatos, predomina la mujer heterosexual harta de la rutina, violentada por su pareja, la maternidad o por una pequeña comunidad laboral que la desprecia. Cada narración posee un conflicto asociado a una crisis de identidad que arrastra a las mujeres a situaciones límites. Así ocurre con “Rutinas indelebles” donde una madre preocupada de su hijo olvida al amigo de éste en una plaza o en “De un infierno a otro”, uno de los mejores del conjunto, donde una mujer casada se va con su amante a vivir a una comunidad isleña. Inesperadamente le toca convivir con la exmujer de su pareja y la pequeña hija. La atmósfera tormentosa contribuye con oficio a potenciar el atolladero en que se encuentra la protagonista.

Un caso particular lo constituyen dos relatos que en el fondo son uno. Es decir, del primer relato se deriva el segundo. La autora hace gala de un manejo técnico preciso, mediante la utilización de un personaje que transita de secundario, en el primer cuento, a protagonista, en el segundo. Los relatos en cuestión son “Silencio en la noche” y “Un amigo circunstancial”. En el primero una mujer arrienda una habitación de hotel para escribir. Mientras trabaja, ocurre un hecho delictual en una habitación vecina que podría acarrearle grandes problemas. En el siguiente relato, el protagonista es uno de los personajes del cuento que elabora la escritora. El encadenamiento de ficciones no solo funciona perfecto, sino que confirma la multiplicidad de enfoques que pueden derivarse de un mismo acontecimiento.

Esto confirma que Guzmán posee un conocimiento profundo sobre el género literario que cultiva. Y por fortuna lo demuestra con hechos y no teorizando, salvo en el primer cuento del volumen. Mediante la voz del detective Cancino se describe la denominada crítica policial del narrador francés Pierre Bayard. Claramente esta referencia implica un gesto metaliterario, una suerte de declaración de principios respecto a cómo abordar el relato policial. Cuando leemos a un/a detective o investigador/a, accedemos solo a “uno” de los posibles caminos resolutivos del acertijo propuesto. Las interpretaciones textuales, por más verosímiles que sean, no son más que “una” posibilidad de desentrañar la realidad ficticia. Esto implica que lxs lectorxs operen como detectives que sospechen de todo, incluso de la propuesta de verdad construida por el protagonista. Por tanto, más importante que el remate de un conflicto o caso policial es el proceso que experimenta un personaje, cuyo fin ya no es arribar a lo que supone sea la verdad.

Julia Guzmán elabora un conjunto de impecables historias donde revierte lugares comunes del género investigativo. Su escritura es limpia, fluida y precisa en su articulación argumentativa. Respecto a su pareja de detectives, hay que decir que son figuras excepcionales para protagonizar una saga, donde se profundice en sus posiciones ideológicas, sus hábitos culturales, su clase y género. Es imposible, por ahora, decidir cuál de las dos modalidades de relato funciona mejor en la autora: ¿la narración detectivesca o la narración doméstica? Ambas resultan no solo bien elaboradas, sino que complejas a pesar de su brevedad, abordando llamativamente lo femenino y manteniendo una fuerte intensidad en los conflictos.

La presencia cada vez mayor de autoras policiales permite afianzar la solidez de un género, que si bien ha aportado importantes nombres a la literatura nacional, ha sido fundamentalmente propiedad de varones.

10 enero 2025

 La crueldad enmascarada: El sótano rojo de Jorge Baradit

En El sótano rojo Baradit se burla con ganas de los familiares de los detenidos desaparecidos y como si no fuera suficiente se ríe del feminismo, lo mapuche y el mundo popular.

 



Jorge Baradit. El sótano rojo. Santiago: Suma de letras, 2024, 224 páginas.

Todo indica que con esta nueva novela Jorge Baradit comienza a dejar atrás algunas de sus obsesiones, explorando nuevos escenarios. Pero esto no surge de una búsqueda estética ni nada parecido, es más bien una adecuación a las nuevas condiciones del mercado y a las exigencias de una clientela que pudo haberse aburrido de esa sobrecargada prosa esotérica sci-fi llena de símbolos elegidos para promover un discurso filonazi-friki. Una prosa que fue exitosa en la primera década de este siglo, pero como sabemos el mercado es implacable y su mantra es renovarse o morir. Así que en esta ocasión el mayor mérito de Baradit es tratar de no parecer envejecido u obsoleto y, como buen comerciante de la palabra escrita, parece haberse dado cuenta del cambio de escenario. Al contrario de los 2000 donde era menos evidente, hoy el discurso público está saturado de falsedades, falacias, discriminaciones y aberraciones de todo tipo, expresadas de manera pedestre, simple, directa. No más rodeos ni símbolos a destajo. Vamos ahora por la literalidad.

En El sótano rojo Baradit se burla con ganas de los familiares de los detenidos desaparecidos y como si no fuera suficiente se ríe del feminismo, lo mapuche y el mundo popular. Una verdadera masacre, al estilo de la nueva ultraderecha, que utiliza la literatura para levantar una discursividad fascista que banaliza todo, menos su mito más querido, es decir, su adoración por las figuras masculinas despiadadas, que ahora proyectan su poder más allá de la muerte.

La protagonista y narradora es Tamara, cuyo nombre es un vulgar guiño a la famosa rodriguista, vivió el exilio en Francia. En su presente ha retornado a Chile junto a su padre, decano de una prestigiosa universidad. Estamos a comienzos de los 90; Tamara estudia arquitectura, tiene un novio izquierdista y está obsesionada con descubrir el paradero de su madre, mirista y detenida desaparecida desde 1977.

Tamara es una mujer infantilizada, histérica, ingenua, obsesiva, irracional, ignorante, abortista, racista y clasista. Tamara no duda en referirse así a su novio: “indio de mierda, comunista hediondo a marihuana”. Mientras ella se autodefine como: “toda francesa buscando por Santiago un café decente” o “Es cierto, me emocionan los discursos de Allende. La historia la hace el pueblo; viva el pueblo, vivan los trabajadores. Pero no soporto esta hediondez, el sudor, sus miradas viscosas”. Finalmente, respecto a lxs chilenxs del mundo popular, los fulmina con estas palabras: “Son feos, huelen a genitales o a vino; las mujeres también son gordas, figuras de la edad de piedra rematadas con una mata de pelo teñido rubio color paja, mujeres que solo se diferencian de los hombres porque son más chillonas, se pintan la cara y usan falda”, “El paseo Ahumada es más raro que la cresta. Está lleno de chilenos y los chilenos son feos, de brazos y piernas cortos, con el abdomen hinchado y manos diminutas”. Pese a todo esto, Tamara vive como una disciplinada izquierdista.

Es aquí donde ya se escucha la excusa del tipo: “no entendiste la ironía”, “es una parodia” y etc., como si la parodia y el sarcasmo fueran un antídoto mágico que por sí solos ahuyentaran los contenidos discriminadores y misóginos. El volumen insistirá en la configuración negativa de la protagonista y de otros personajes con la débil excusa de una ironía que supuestamente todo lo aguanta. Mediante el seudo humor, la narración se las rebusca para materializar un genérico mujer que caracterizada como bruja, traidora y estúpida. Una de las escenas que mejor grafican este machirulismo se ve cuando Tamara discute con Raúl, en los siguientes términos: “Me sentí asquerosa y quería agarrarlo a palos. Tomé el cenicero y se lo tiré a la cabeza. Fallé.

—¡Cálmate, Tamara, por la cresta!

—¡Nada de cálmate, hijo de puta, estamos hablando de violación!

—¡Tú te acercaste a mí y empezaste a toquetearme!

—¡Mentira, no me acuerdo... pero mentira! —aunque lo veo tan desconcertado que una pequeña luz de duda empieza a abrirse paso a través de mi furia. Además, este huevón es un pan de Dios. Me calmo un poco, la cabeza corre a mil por hora, me siento cubierta por una capa de aceite y gérmenes. Quiero ducharme”. El pobre hombre es sometido a una falsa denuncia de violación, por suerte ella pudo ver la luz y darse cuenta que atacaba a un masculino “más bueno que el pan”.

En oposición a femenino degradado, está el ensalzamiento de la masculinidad. Los hombres son templados, racionales y pragmáticos. Esto llega al extremo en la forma como la novela conforma a los represores, prácticamente unos superhombres. Es tanta su grandiosidad que aún tras su muerte siguen con su labor criminal, inspirando temor, torturando, asesinando y justificando las razones de su actuar.

Es cierto que Baradit evoluciona, pero no se olvida de sus clichés más queridos. Así, otra vez aparecen, sin necesidad alguna para la historia, los hechos del Seguro Obrero, nazis en el sur de Latinoamérica y, por supuesto, el Führer, que a esta altura viene siendo su amuleto. En términos de escritura, hay algunas novedades, porque elabora a la protagonista con mayor dedicación. En sus anteriores producciones, los personajes han sido siempre símbolos. Tamara, es, por supuesto, una mujer-símbolo, pero también una mujer común. Además esta vez incluso los diálogos son más fluidos.

La otra novedad importante es el carácter didáctico de la narración, mucho más evidente que en sus antiguos textos. Eso del gurú nazi lisérgico lleno de imágenes, ya fue. Ahora, se trata, como se ha dicho, de ser entendible y para ello hay que hablar más claro y entretener a los lectores. Nada mejor entonces que una anécdota con fantasmas y terror. Aunque esto es solo una fachada, ya que en el fondo hay una manipulación del género con la finalidad de levantar una propuesta política que justifican el Golpe, la dictadura y la violencia. Aquí resulta llamativo el detallismo de las escenas de tortura, una suerte de recreación perversa, obscena y sin contrapeso alguno. Es tal el desnivel entre Tamara y estos personajes aborrecibles que discursivamente el texto no puede dejar de inclinar su verdad hacia la justificación de la historia maldita del país.

Pero entremos de lleno en lo sobrenatural, porque ahí la cosa se pone peor. La contratación de los servicios de una vidente mapuche que viven en Puente Alto, con uñas sucias, ropa grasienta, olor a orina, que además se alimenta con “comida de neandertales”, es el gran detonante del universo fantasmal. La vidente llega a la casa de los abuelos de la joven para realizar un ritual que permita conocer el paradero de Alejandra, la madre de la protagonista. La casa en cuestión es una suerte de organismo vivo en la que coexisten diversos tiempos y fantasmas de agresores y víctimas y donde se vuelve casi imposible descender al círculo mayor del infierno.

Las secuencias donde predominan los espectros son innumerables, extenuantes, simples, poco llamativas. Igualmente, las etapas del ritual de la bruja son risibles, propias de una imaginación agotada; el autor se plagia y acude a intertextualidades de un nivel en extremo básico. Porque asociar Tamara con Cecilia Magni, Raúl (su novio) con Pellegrini, la casa embrujada con Poltergeist y el descenso al círculo infernal de Dante es de novatos del más bajo nivel. De igual manera, establecer una crítica encubierta a un posible gobierno de niños acomodados es de una obviedad supina.

A partir de esto, se puede plantear que la novela no tiene ningún valor literario, pero sí logra exponer con claridad e insistencia cuatro ejes fundamentales: la denigración de la mujer, la patologización de la búsqueda de detenidos desaparecidos, la justificación del golpe y la dictadura y la imposibilidad de superar el fracaso del país debido a su mala raza. Respecto a la mirada proyectada sobre los delitos en derechos humanos es la del justo castigo. Lxs militantes se merecían la muerte debido a su absurdo proceder. La novela expone a victimarios y víctimas atrapadas en un presente continuo. Esta suerte de destino paritario es apenas una débil cáscara ya que el poder se encuentra para siempre en manos de los agentes de la dictadura.

Mediante una operación de camuflaje el volumen intenta pasar gato por liebre o, dicho en términos más académicos, generar ambigüedad sobre la ideología autoral. Esto, supuestamente, impediría una toma de partido, al instaurar una suerte de anarquismo, una lucha contra todos los poderes que se pongan por delante. Sin embargo, esta propuesta fracasa, porque el lugar desde donde se narra este libro resulta evidente. Y eso es lo más penoso: la necesidad de enmascararse de anarquista o nihilista (estoy contra todos, no respeto nada y blablablá) para jugar a escondidas la carta del fascista más extremo.

Baradit elabora una novela infame, casposa, blindada en un seudoanarquismo racista, misógino, aporofóbico, que aborrece todo aquello que suene a comunidad “subversiva”. La narración, además, utiliza como ratas de laboratorio a los detenidos desparecidos, para probar su tesis sobre los errores de la izquierda chilena. El supranarrador de esta novela, anhela un orden autoritario, en apariencias odia las castas, pero las promueve mediante una propuesta de higienización de la mugre social, la cual será castigada en este mundo y en el de más allá.


02 enero 2025

Más allá del entusiasmo y el pesimismo

¿Quién se atreve hoy, desde la literatura, a enarbolar un discurso pro revuelta? Por eso que la tesis central de Matapacos es tan importante, porque se niega a la clausura y no asocia derrota con pérdida de esperanza.



Claudio Tapia. Matapacos. Santiago: Editorial Perras Palabras, 2024, 169 páginas.

La Revuelta Social en Chile, ocurrida entre octubre de 2019 y marzo del 2020, tuvo efectos literarios bastante interesantes. A cinco años del comienzo de este intenso, esperanzador y trágico fenómeno ya contamos con un corpus contundente formado principalmente por novelas, pero que también incluye poesía. El periodo más prolífico de publicación de libros sobre el estallido es el año 2020; sin embargo, hasta hoy se sigue publicando sobre este tema. 

Ahora, un nuevo volumen se suma a esta producción. Matapacos, una novela de Claudio Tapia, donde se propone una analogía entre el famoso perro y el protagonista. Matapacos es el nombre de un perro que si bien tenía una dueña que se preocupaba de él, su verdadera vocación era la calle. Su nombre original era El Negro, un quiltro, como se les llama en Chile a los perros mestizos, que ganó su apodo acompañando a numerosas manifestaciones callejeras, siempre del lado de quienes protestaban. “Paco” es el nombre que recibe la policía uniformada. Muerto en 2017 se convirtió en un símbolo de la resistencia durante el estallido.

La narración avanza entre el entusiasmo y el pesimismo, entusiasmo por un presente de lucha, alegría y compañerismo. Pesimismo, por un futuro que en el momento mismo de la protesta se empieza a vislumbrar aciago. Los pequeños triunfos y momentos de alegría son azotados con severidad por la tragedia. La violencia represiva va dejando muertos, mutilados, torturas y golpizas.  Todo eso quedará en la impunidad y es precisamente la constatación de la impunidad uno de los aspectos que mejor trata la novela de Tapia, que presagia la falta de justicia o los perdonazos a las fuerzas policiales  a quienes les ordenaron violentar a una población armada solo de piedras frente a una contraparte con armamento militar.

Sin embargo, esa mezcla de entusiasmo y pesimismo, más el fracaso y la impunidad no dejan lugar a la pérdida de sentido y menos al arrepentimiento. La idea de salir a marchar, de enfrentarse al poder, de reclamar y alzar una esperanza no son puestas en duda, no hay en este libro lugar para un revisionismo que aplaste el origen legítimo de todo lo ocurrido, no hay una clausura que cierre el pasado con el sello del error. Nada de eso, por el contrario la novela trasmite que a pesar de todo valió la pena el esfuerzo.  

Álvaro es el protagonista, un joven de la comuna de La Cisterna que se ve obligado a abandonar sus estudios universitarios por problemas económicos. Álvaro es primero un testigo que mantiene una distancia crítica bastante fuerte con las protestas y rebeldías. Pero la novela se encargará de mostrarnos su tránsito hacia un compromiso cada vez mayor: “Quiero que este sea un país más justo y no me gusta sentirme de brazos cruzados. Creo que estamos en una ventana única y, si se suelta la calle, estos políticos culiaos nos van a cagar de nuevo”.

El itinerario de decisiones que experimenta el personaje central es descrito con acuciosidad, estableciéndose un parangón entre el desmoronamiento de su familia y su ingreso a la lucha social.  El joven, en principio, se integra a las brigadas de la Cruz Roja que auxilian a los heridos, para luego migrar a la primera línea. A partir de la nueva función, muestra arrojo y un compromiso vital que lo llevan a ser llamado por sus compañeros de lucha como “Matapacos”. Es acá cuando comienza a proponerse la similitud entre el animal y el protagonista. De alguna manera el humano se acerca cada vez más a esa existencia del animal como un luchador por naturaleza

Es por esto que el volumen logra abrir la figura del perro Matapacos hacia un lugar más allá del símbolo, o sea sin dueño, libre y siempre en el lugar de los marginados. Y esto lo hace adentrándose en una suerte de poshumanismo donde se ha destruido la distinción jerárquica entre lo humano y lo no-humano. El “otro” ya no son solo las personas, sino todo aquello que tiene vida. La animalidad, en tal sentido, viene a representar la caída del sujeto como origen y fundamento de la realidad. Animalidad que ya no es un insulto que conlleva rasgos de bestialidad, salvajismo, irracionalidad y ausencia de espíritu. En términos contrastivos el animal es una metáfora de la esclavitud, la dependencia, el abuso, como ocurre con los marginados sociales. Esta narración humaniza al perro y con ello lo convierte en otro protagonista.

A pesar de esto, la apertura del símbolo del Matapacos no deja de ser un tanto ingenua, ya que genera una cierta infantilización de la historia, lo que en última instancia perturba el realismo predominante. Quizás el problema se produce porque la novedosa vertiente antiespecista, o sea la humanización del perro, llega demasiado tarde al relato. O, dicho de otra forma, la fantasía, se introduce de manera forzada en el realismo.

Más allá de lo anterior, Matapacos sostiene todo lo contrario a lo que la hegemonía neoliberal manifiesta en la literatura autorreferencial, donde domina la identidad narcisa. Uno de los aspectos que el neoliberalismo ha impuesto con más fuerza en la literatura nacional es el predominio del yo, del individualismo. Los protagonistas suelen alejarse de cualquier instancia colectiva, impidiendo con ello, todo tipo de agenciamiento. Esto significa, además, adoptar un discurso indiferente a los procesos sociales, el sinsentido de todo acto de resistencia y la convicción de la inutilidad de la literatura como herramienta de cambio.

Es por esto que el volumen se vuelve una pieza narrativa valiosa, es decir porque se inclina hacia la épica de una particular colectividad: sin nombre, líderes ni manifiestos, que no se dará por derrotada, pese sus múltiples fracasos. Es cierto que esta comunidad es configurada a través de una evidente romantización de la gesta popular y de sus luchadorxs, pero habría que preguntarse si acaso esto no es necesario frente al grotesco discurso de rechazo y arrepentimientos de todas las fuerzas políticas, incluso las beneficiadas por su efectos, como es el caso del gobierno y la izquierda, que prácticamente no ha tenido contrapesos en lo público en estos cinco años.

¿Quién se atreve hoy, desde la literatura, a enarbolar una discurso pro revuelta? La versión oficial ha triunfado: el estallido fue delincuencia, violencia irracional, un momento demasiado sombrío. Por eso es que la tesis central de Matapacos es tan importante, porque se niega a la clausura y no asocia derrota con pérdida de esperanza. Este libro confirma que la historia sigue abierta y que la versión oficial es solo una versión más.


31 octubre 2024

Entre el traidor y el héroe: El último neógrafo de Ignacio Álvarez

La novela opta por una ironía cuya intencionalidad siempre tiene una función crítica, que permite asir la realidad desde un ángulo que atenúa su condición trágica. Una producción particular, una suerte de artefacto literario, político y contracultural chispeante y agudo hasta la médula. 



Álvarez, Ignacio. El último neógrafo. Santiago: Laurel, 2024, 200 páginas.

Una manera original para abordar la trágica y a veces esperpéntica identidad nacional posee Ignacio Álvarez. Su novela no solo es divertida, sino también extravagante y por sobre todo profunda. Extrañamente esta combinación funciona a pesar de las complejidades que implica no caer en el humor facilista, el frikismo y el exhibicionismo erudito. Por lo mismo El último neógrafo se convierte en una rara avis en el amargo paisaje narrativo chileno.

En la novela, que transcurre hacia finales del siglo XIX, el lado irrisorio de la realidad resulta compensado con la seriedad temática y discursiva en la que se inscribe el propio personaje central, Juan Marín. Oriundo de Los Ángeles, educado por un sacerdote capuchino, hijo de una madre europea y un cacique mapuche. Marín escapa de su región debido a un problema de índole familiar y político. Su andar casual lo lleva a refugiarse en Valparaíso. Pese a guardar un estricto voto de silencio voluntario, surgido quizás como una forma de protección o producto de la desconfianza que le da su nuevo entorno, encuentra un trabajo estable como aseador de un banco.

Sin embargo, surge un hecho que cambiará la vida del protagonista para siempre: conoce a los neógrafos. Un grupo de trabajadores anarquistas que sostienen una teoría lingüística heredada de su fallecido maestro, su profesor del liceo. Según él: “No ai ninguna rrasón lógika para ke el árbol se yame árbol, el keso i el ekseso. La kosa kon rramas i ojas, la kosa kon oyos i olores i también el superábit perfektamente podrían tener otros nombres más beyos o simplemente más serkanos a sus esensias. El idioma, Kanserbero del pensamiento, las atrapa i las arrinkona para ke tengamos ke desir, obligados, árbol, keso i ekseso” (sic).

Álvarez posee un estilo de escritura fluida, precisa, directa en sus configuraciones de personajes, contextos y, principalmente, en la exposición de las reflexiones de su protagonista. A lo anterior hay que sumar dos elementos importantes. El primero, son las tretas que utiliza para embaucarnos sobre la voz narrativa, las que tuercen de manera importante y valiosa el destino de la historia. No conforme con eso, el libro suma un segundo nivel, ahora estructural: la narración dentro de la narración, al modo de una muñeca rusa. Aunque de manera contenida, el relato central admite diversas micronarraciones, las cuales van aportando una complejidad completamente funcional a la historia central. Álvarez sabe mantener bajo control su entusiasmo imaginativo, sin dejarse arrastrar por un desborde anecdótico que solo dañaría al volumen.

Los neógrafos son unos tipos acogedores, queribles, en apariencias incapaces de matar una mosca. Obedientes a la doctrina del maestro, el grupo promovía un contrapunto entre su visión sobre el lenguaje y la sociedad. En uno de sus panfletos, proponían lo siguiente: “La ortografía irrasional se sostiene en una rregla arbitraria ke no tiene una fundamentasión rrasonable. Esa rregla es la etimolojía, es desir, la kostumbre” (sic). A renglón seguido agregaban: “La sosiedad eksplota a los oprimidos sobre la base de una rregla arbitraria ke no tiene una fundamentasión rrasonable. Esa rregla es la tradisión, es desir, la kostumbre” (sic).  

Marín ha sido elegido por los neógrafos para liderar un atrevido plan. A partir de entonces, la novela se encamina a planificar y ejecutar un proyecto sustentado en el cambio rotundo del lenguaje y la sociedad. Aun cuando se podría argüir que Marín se convence demasiado pronto ante los argumentos de los neógrafos, es notorio que era tierra fértil para la ideología del grupo desde antes de la propuesta: “Todo lo que le ocupaba la cabeza tenía tintes enormes, trágicos o sublimes: su madre, su padre, el pueblo mapuche, la patria, el capitalismo, la violencia, la salvación de los pobres”.

Con este material, el camino fácil era ridiculizar al protagonista y a los neógrafos, cargando todo de un halo de burla. Sin embargo, la novela opta por una ironía cuya intencionalidad siempre tiene una función crítica, que permite asir la realidad desde un ángulo que atenúa su condición trágica, pero no por ello menos polémico con lo real.

Solo a partir de esto se puede comprender la tesis central del volumen: la revolución del lenguaje está en la base de la revolución social. El lenguaje será la primera etapa de un rotundo giro político. Para los neógrafos corroer la estructura dominante implicará intervenir materialmente en la destrucción de los símbolos del poder.

El problema ético/político que despliega el volumen, se aleja de cualquier academicismo o elitismo. Manteniendo un tono siempre lúdico, el narrador se las ingenia para realizar un giro epistémico donde las nociones de traición y heroicidad se convertirán en un peso enorme sobre la espalda de Marín. Más aun, es la proximidad entre ambos atributos lo que constituye de la identidad del protagonista. El relato se mueve entre la duda de ser un héroe o un traidor y, en medio de ambas opciones, la culpa hace crecer la desesperación introduciendo nuevos elementos como la validez de lo individual por sobre la responsabilidad colectiva.

Pese al manifiesto compromiso con una idea de sociedad igualitaria, se instala en esta escritura una potente reflexión respecto la validez del ataque frontal contra la injusticia social (también conocido en teoría política como el principio de acción directa) desde una vereda donde la cautela parece ser una frágil veladura dispuesta a romperse con extrema facilidad. 

Mediante un grupo de sujetos menores, fracasados, perdidos en la historia, la novela se reencanta con la utopía. Álvarez se apropia de Manuel Rojas y su Aniceto Hevia llegando a Valpo así como también del imbunche donosiano, las ficciones del margen eltitiana y la esperanzadora propuesta del nunca bien ponderado Nicomedes Guzmán. Este ejercicio de intertextualidad con nuestra producción narrativa consolida aún más a El último neógrafo como una producción particular, una suerte de artefacto literario, político y contracultural chispeante y agudo hasta la médula.  

03 octubre 2024

 

 Errores no forzados: La mujer del río de Paula   Ilabaca

 Es un error importante que hasta la mitad del volumen no surja el “caso” policial. Para   peor, Ilabaca lava la imagen de la PDI de aquellos años oscuros y con ello destruye una   novela que, al abordar temáticas como el aborto y la violencia de género, habría   resultado un acierto.

 


 Ilabaca, Paula. La mujer del río. Santiago: Sudamericana, 2024, 184 páginas.

Lo mínimo que se puede esperar de una novela negra o de un policial es que haya un “caso”. Cuando no surge hasta la mitad del libro, la situación se pone compleja. Esto es lo que sucede con La mujer del río de Paula Ilabaca. Se podría argumentar que esta historia intenta realizar una intervención en el género, orientado a remover las expectativas lectoras. Sin embargo creo que nos encontramos, más bien, ante un fallo estructural.

Resulta valioso que nuestras narradoras busquen cada vez con más fuerza adentrarse en un género que desde su origen ha estado ligado a la masculinidad. En esa perspectiva, es válido preguntarse si necesariamente los relatos negros o policiales escritos por mujeres deberían tener rasgos que las identificaran como tales, es decir, si es posible (o legítimo) esperar algo distinto. El caso es que en el panorama nacional de la novela negra o policial escrita por mujeres en el siglo XXI efectivamente se van configurando algunos elementos que dejan en claro que la mayor cantidad de mujeres trabajando en este género sí implica transgresiones importantes.

Ilabaca presenta un libro donde se enfatiza la veta romántica. Esto significa que la relación amorosa de la protagonista tiene un lugar preferencial en la anécdota. El centro de la historia es Mercedes Torrealba, Comisaria de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI). Personaje que carece de heroísmo; es más, son más visibles sus defectos que virtudes. Esta configuración del personaje va unida a una personalidad fuerte, pero también muy emotiva. Torrealba no contiene sus sentimientos, sus desbordes, como el llanto, ante situaciones que la exceden. Además, es una mujer clásicamente seductora, una femme fatal, vestida con elegancia, maquillada con dedicación, que exuda femineidad en sus gestos.

El volumen, por tanto, se apropia del estereotipo, pero en vez de usarlo como símbolo del mal, tal cual ocurre en la novelística de varones, resignifica tal caracterización, humanizándola como personaje y sacando partido de su condición de perdedora. Es más, la importancia de lo romántico en la comisaria, funciona como ejemplo de una sujeta, culturalmente condicionada para centrarse en los afectos y depender de lo masculino.

En todo caso, que Mercedes sea un buen personaje no es el único aspecto valioso en este libro. A esto hay que sumarle los quiebres temporales. Si bien todo ocurre entre mayo y diciembre de 1984, la narración rompe la linealidad, conformando con ello un interesante puzle cronológico. Tanto así que incluso aparece de manera tangencial una niña llamada Amparo Leiva, la detective que protagoniza novelas anteriores de Ilabaca. Para bien o para mal, la detective Torrealba se transformará en un modelo en la adultez de Amparo.

Los problemas surgen cuando prestamos atención a la estructura. Es un error importante que hasta la mitad del volumen no surja el “caso” policial. Dedicarle tanto tiempo solo a la configuración de la detective Torrealba permite que se instale la duda sobre el destino de la narración.

Por desgracia, igual de preocupante es un evidente error en la construcción del contexto. La novela se sitúa en 1984, un año tremendamente violento por los intentos de la dictadura de acallar las protestas. En el libro ese contexto no existe, no hay indicio de él. Por lo tanto, todos los PDI solo están preocupados del ambiente delictivo normal. Y eso provoca un efecto de inverosimilitud del que la novela no puede escapar. Para peor, la narración toma partido por la PDI, la que funciona como una entidad autónoma simplemente dedicada a crímenes comunes y no tiene nada que ver con la estructura represiva de la dictadura. Tanto así que el organismo represivo al que pertenece la pareja de la protagonista no se menciona; aunque para un lector/a nacional, se entiende que se trata de la CNI, no se nombra. El resultado es que la PDI es limpia, justa, dedicada a ejercer una labor benéfica para la ciudadanía.

No está de más recordar que la PDI y la CNI operaban de manera conjunta en la creación de montajes, ejecuciones y desapariciones. Por lo mismo resulta incomprensible que la protagonista se aterre cuando ve un cadáver flotando en el río. No solo Santiago, sino el país estaba repleto de cadáveres de opositores al régimen. El resultado es que Torrealba, funcionaria destacada de un organismo represor y encargada de homicidios, vive en un mundo paralelo, solo dedicada a labores profesionales. La pregunta que surge a partir de lo anterior es ¿para qué situar la novela durante la dictadura si no iba a ser capaz de, por lo menos, mencionar siquiera algunos temas importantísimos respecto de la dictadura?

En definitiva, Ilabaca lava la imagen de la PDI de aquellos años oscuros y con ello destruye una novela que, al abordar temáticas como el aborto y la violencia de género, más la presencia de una mujer que acusa el peso de la masculinidad que la rodea, habría resultado un acierto.

Tan importante como lo anterior resulta el hecho de que la autora se desligue del estilo de escritura que había venido realizando. Me refiero con ello a una prosa sinuosa, con un alto componente lírico y temáticas filosóficas en las reflexiones de sus protagonistas. Esta vez opta por un lenguaje parco, salvo en algunas escenas sexuales que caen en el cliché, y un exagerado tono informativo para todo aquello que tiene que ver con la institución policial ante la cual no escatima halagos.

 

 

 

 

27 septiembre 2024

Realismo puro: A esta misma hora de Maivo Suárez

Maivo Suárez obliga a mirar de frente el horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá de la olvidable nota policial en la prensa.

 

                                       


 

Suárez, Maivo. A esta misma hora. Valparaíso: Editorial Kindberg, 2024, 248 páginas.

Jocelyn, una de mis alumnas, mencionó esta novela en clases y planteó una duda razonable: ciertas formas ficcionales de aproximarse al mal desde un punto de vista extremadamente realista podrían generar el efecto simultáneo de denunciarlo y a la vez recrearlo y promoverlo. Esta valiosa interrogante fue lo que detonó mi interés primario por A esta misma hora de Maivo Suárez.

Suárez elabora una novela situada en un pueblo argentino, una suerte de oscuro policial rural, donde el papel de investigadora lo asume Ana, una joven universitaria chilena. Ella busca información sobre las razones que llevaron al suicidio a su hermana mayor. Ana pasará una temporada en casa de su prima Rosa y su pequeña hija Belén, donde conocerá a dos personajes centrales para el desarrollo narrativo: Miguel, un joven entusiasta en busca de éxito y dinero, y Severino, un enigmático hombre mayor, a quien Rosa arrienda parte de su propiedad.

La voz omnisciente se enfoca en cada uno de los personajes, hurgando en sus consciencias de manera tan profunda que, por momentos, se confunde con un monólogo interior. Una pregunta que surge en instancias como esta es por qué optar por tal tipo de narrante y no por diversas voces en primera persona. Mi respuesta es que en esta ocasión la tercera persona implica asumir un punto de vista coherente con el carácter investigativo de la historia: por muy cercano que llegue a estar, la tercera persona impone una distancia que aunque llegue a parecer nula está allí para no permitirnos caer de lleno en el horror.

Ana que entabla una relación de amistad con Miguel, amigo de Rosa, quien a su vez trabaja para Bertoni, candidato a intendente. Esta apertura hacia la política partidista le permite a la novela dibujar un mundo donde la corrupción está tan naturalizada que prácticamente nadie piensa que las cosas podrían ser distintas. Aunque sus intereses son diversos, aun así se vinculan.  Mientras Ana es emotiva, cautelosa y analítica, siempre atenta a sospechar de aquellos que la rodean, Miguel es un tipo externalizado, ambicioso, socialmente exitoso y frío.  El único punto que los vincula es su doble faz: Ana pasa por ingenua y Miguel por simplón.

Todo parece indicar que esa forma de enfrentar el mundo es necesaria para sobrevivir en un paisaje provinciano claustrofóbico, donde cualquiera puede optar por el crimen. Atrapados en una oscura nebulosa, los personajes solo pueden velar por su interés personal.

Suárez construye de manera contundente una comunidad maldita, perfectamente adecuada para el beneficio de una pequeña cofradía de políticos y empresarios que neutraliza cualquier resistencia de la población. Su escritura es serena, sin excesos, pero fuerte, decidida a la hora de presentar personajes viscosos, atractivos en su condición degradada.

Sin embargo, el nivel de degradación llega a su punto más bajo con Miguel y Bertoni. Ambos comparten sus deseos depravados por las niñas. La novela se adentra en ellos y logra reproducir el escalofriante discurso de los depredadores. Entrar en una temática tan monstruosa suele acarrear problemas a los/as autores/as. En particular, porque podría ocurrir que la ficción terminara comprendiendo y hasta justificando la figura del pedófilo.

Suárez se arriesga y no solo expone su modo de actuar, sino que el detalle de las escenas de abuso y, en especial, los cuerpos de las víctimas. Así obliga a mirar de frente el horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá de la olvidable nota policial en la prensa.

Por lo mismo, un volumen que se hace cargo del horror que implica la pedofilia, cumple con visibilizar una zona inexplorada, pero necesaria: la mente del criminal. En esta historia, la exposición del deseo pederasta busca exponer la intimidad del sujeto y configurar las rutas mentales que lo llevan a cometer sus delitos: no es un monstruo, es un ser humano cualquiera capaz de las peores aberraciones.

Maivo Suárez escribe con precisión, demuestra oficio y una robustez estilística importante. Imposible no señalar que se trata una novela fuerte, que consigue remecer y con ello promover discusiones que salen de la literatura. Con ello la autora retoma una de las funciones esenciales del realismo literario, mostrar y reflexionar sobre aquello que la sociedad no quiere ver, aunque escandalice.

 

  El corrupto redimido: Mal de altura de Gonzalo Maier. El único interés que moviliza y que le da fuerza a la historia es excusar y lavar...