Grandes dosis de maldad
Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que hay que conocer.
Bernardita Bravo Pelizzola. Voraz. Santiago: La Pollera, 2024, 106 páginas.
Nueve
relatos conforman Voraz de Bernardita Bravo
Pelizzola. Un libro donde se impone una realidad bullente de claves misteriosas,
donde la ambición por poseer afectos, cuerpos y vidas marca el destino de cada
una de las protagonistas. Nada se idealiza en esta escritura, todo se ha
corrompido y dañado de manera irreversible. La catástrofe no es algo por venir,
una amenaza; la catástrofe ya está aquí, en el presente de la narración.
Ancianas,
escolares, mujeres de edades diversas, clasemedieras, atrevidas y dispuestas a
logras sus metas sin medir consecuencias protagonizan estos relatos en primera
persona. Similares a un testimonio, conscientes de dirigirse a su lector/a y con
pocas dilaciones o desvíos, porque el núcleo son los discursos del personaje
central. En todo caso, a veces la prosa tiende a darle demasiado espacio a
frases sentenciosas inconducentes.
Pero
eso no impide que la construcción de los personajes mantenga siempre la misma
arquitectura: una base muy sólida de maldad, matizada por algunas pizcas de
ingenuidad. La maldad femenina es la que aparece en primer plano, aunque siempre
el fondo de cada escena se encuentra ocupado por la maldad masculina. Bravo
sabe con exactitud cómo sacar provecho de tal circunstancia.
La
búsqueda de satisfacción sexual es recurrente en estos personajes, asumida como
una forma de compensar carencias y sentir que poseen el control. La
heterosexualidad dibuja relaciones binarias, pero donde los hombres son
reemplazables y manipulables. Esto implica una profunda disputa por la
autoridad, mediante actos sexuales que buscan el goce individual inmediato. En
el dominio del territorio sexual son ellas las que siempre toman la iniciativa,
esto les permite tener el control y evitar ser víctimas de la violencia, aunque
sea transitoriamente.
En
“Voraz” una mujer se dirige a su amante. El relato tiene tres modulaciones del
narrador: omnisciente, testigo y partícipe de los acontecimientos, todas orientadas
a exponer el método que eligió para conseguir satisfacer de su deseo de ejercer
el mal o simplemente beneficiarse en su función de amante. Lo importante es que
este juego de perspectivas respecto de la narradora, quien llega a elaborar un
plan siniestro contra la esposa del amante, es ejecutado de manera exacta.
Planificar
es una de las acciones que reiteran estas mujeres. En “La más bella historia de
amor”, una vez más encontramos a una mujer que idea una forma de
autosatisfacción. Su voz es compartida esta vez con la de su pareja, Pablo. Ambos
conforman un matrimonio típicamente burgués que busca apaciguar su rutina
mediante triángulos sexuales con desconocidas. Solo mujeres, es el único
requisito que el hombre impone al plan de su esposa. El relato de Pablo
responsabiliza a Camila de los hechos: “No puedo negar que esa maestría y
soltura con que llevaba a cabo sus planes era una de las cosas que me
fascinaban de ella. Sí, sus planes. Podría decir perfectamente que fue ella la
encargada de las atracciones, la cohesión, las afecciones y la desintegración
de nuestra historia”. Una mujer que, además, actuaba: “como si apuntara un
revólver en direcciones contrarias y de pronto se disparara en la cara”. El
hombre responsabiliza a la mujer del vicio, es ella quien corrompe la aparente
armonía familiar. El problema es que todo marcha bien hasta que se llega al
final. Es más, este cuento que bien podría ser el más destacable del conjunto, falla
al imponerle una resolución demasiado obvia y castigadora. Tanto que revierte toda
grandeza de la protagonista al patologizarla y con ello acoger una mirada
moralista que la juzga y encasilla, como si la autora no se hubiera atrevido a
que en este caso triunfara el mal.
Por
fortuna el libro encauza su ruta, se aleja de la moralina y vuelve a los
personajes decididos, narcisos, lejanos a sentir culpa por sus acciones. En “Lola
y los corderos”, nuevamente aparecen dos narradores: Lola, una mujer que busca
hombres débiles, manipulables, que se enamora de un femicida y Damián, su
amigo, un tipo dado a victimizarse, que trastorna su vida por la mujer. La
dualidad de voces permite contrastar las miradas sobre la protagonista y con
ello, ponerla en jaque. No es casual que las voces masculinas tengan por
función cuestionar el proceder femenino. El juzgamiento procede de la
masculinidad y simboliza la voz social y una suerte de hermandad entre varones.
La autora condensa sus relatos, tensados por una realidad inquietante. Si bien su prosa carece de símbolos y no llega a ser fantástica, confirma los frágiles límites del realismo. Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que me parece necesario conocer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.