Un tenebroso patriarca: Asuntos mal tratados de Jorge Marchant Lazcano
Marchant Lazcano, Jorge. Asuntos mal tratados. Santiago: Cuarto Propio, 2024, 300 páginas.
Quién sino Jorge Marchant Lazcano
puede escribir una novela clásica de tomo y lomo sin resultar anacrónico. Incluso se da el lujo de insistir con
un tema recurrente en la narrativa chilena y aun así resultar osado y original.
Asuntos mal tratados se centra en las mujeres de una familia chilena de
la elite y su tenebroso patriarca, un hombre vil que ha marcado a fuego las
vidas de cada uno de los miembros del clan.
Mediante una estructuración coral el autor diversifica las
voces y privilegia a las mujeres. Un importante riesgo, prácticamente
inexistente en sus anteriores obras. Asumir voces de mujer implica elaborar
perfiles, modos de habla, formas de enfrentar la realidad que en este caso
resultan verosímiles.
Tres mujeres se disputan el protagonismo. Ellas forman parte
de una familia recluida en su casa por la pandemia. La figura central de este
grupo es el anciano Gustavo Llona, un prestigioso arquitecto que vive junto a
su hijo Horacio, también arquitecto, y la esposa de este Carolina Urzúa, periodista.
Los acompaña Elisa, una cineasta hija menor de Horacio y Carolina. Mariana, la
primogénita tiene su propio hogar, el que comparte con su esposa, una destacada
médica.
Marchant Lazcano se enfoca principalmente en Carolina y Elisa,
ellas están obsesionadas por obtener información sobre el pasado del anciano, especialmente
qué ocurrió con su esposa Julia Oportot, desaparecida hace décadas. Madre e
hija sospechan que algo no calza en la versión que Gustavo Llona ha dado sobre
su exesposa. Por tanto, no dudan en presionar al vejete. Carolina así dice sobre su suegro: “Desde que
a Gustavo Llona, mi suegro, le falló seriamente el corazón hace alrededor de
cuatro meses, comete el error de vivir con nosotros. O más bien yo cometí el
error de recibirlo. Si me presionan un poco, diría que los restantes miembros
de la casa también están incómodos con él. No somos muchos: su hijo, su nieta,
una empleada. Y yo que lo evito. Su presencia es inquietante, casi peligrosa,
tal si portara un arma desconocida –por qué no un revólver escondido–, un poco
como lo vi a él desde el día en que Horacio me lo presentó”.
Pero no solo la desaparición de Oportot moviliza a esta
novela, las terribles infancias de Mariana y Elisa van apareciendo cada vez con
más fuerza. De esta forma, toda la trama se tensiona bajo la pregunta de qué
pasó realmente. Las sospechas de variadas formas de violencia de género son
cada vez más evidentes y crecen a cada instante. Todo gira, de tal manera, en
torno a un pasado que une a estos personajes y que tras décadas de silencio ha
llegado el momento de confrontar.
Entre los mayores aciertos de este texto está la diversidad
de voces, muy diferenciadas, nítidas, demostrando con ello una variedad de
personalidades. Mediante un estilo directo, con monólogos intervenidos por
diálogos fluidos y preciso en su extensión, el relato no duda en destazar a sus
personajes, exponiendo sus fallos: el anciano vil, su pusilánime hijo, su
esposa, una progre que a fin de cuentas guarda silencio y “no ve” las
atrocidades que se cometen en su entorno. Sus hijas son una fracasada cineasta y,
la otra, una mujer emocionalmente frágil y dependiente de su pareja.
Este barrido implacable intensifica culpas, pero no aminora los
dolores experimentados. Todos cargan con zonas grises o derechamente oscuras. Pese
a ello, el relato consigue levantar un mito a través de un personaje que, a
pesar de su ausencia, está siempre presente. Se trata de la esposa del viejo
Llona, de quien solo se conserva una antigua fotografía. El seguimiento a
Oportot no ceja en toda la narración. Su figura se construye a retazos y desde
diversos focos que contribuyen a humanizarla, y fundamentalmente, insisto, a
convertirla en víctima de la voluntad patriarcal, sin dejar de
responsabilizarla por su posible narcisismo.
Los dobleces de personalidad se manifiestan también en la voz
principal de esta narración: Carolina. Fundadora en la década de los 70 de una exitosa
revista femenina, quien aplica una fuerte carga crítica a su desempeño profesional
pasado y su falta de preocupación por sus hijas; sin embargo, también da
relevancia a su posición antidictadura, en especial, viniendo de una familia
pinochetista.
Este personaje consigue representar a una figura con mínima
presencia en la literatura chilena: una mujer de clase alta con valores progresistas,
que si bien logra tomar consciencia de sus privilegios y errores, jamás deja de
ser conservadora. A pesar de su enorme capacidad de adaptación, no puede ir más
allá de su condicionamientos de clase, por el contrario usufructúa de ella, accediendo
a trabajos dirigenciales sirviéndose de una enorme red social.
Elisa, por su parte, se encuentra separada, tiene una hija
adulta y con dureza habla así sobre su vida: “tengo cuarenta y tres años y me
convertí en mujer en medio de tanta mediocridad como fue la época de la
dictadura, hay que aprender a ser honestas con lo que somos. Por eso, quizás,
no me la pude después con la crianza en soledad de mi hija, no me la pude con
la arquitectura, estoy fracasando en el intento de hacer cine. ¡Ah, me revienta
oírme! ¡Siempre buscando un responsable! Si solo dependiera de nosotras, estoy
segura de que las cosas no irían tan mal”.
Mientras los hombres son aplanados en su intimidad, el
volumen explora las rutas más profundas de la emocionalidad y discursividad de
sus mujeres. Los monólogos de cada una de ellas, representan su incomunicación
y la violencia que han sufrido. Así, cada personaje se va construyendo a partir
de la soledad y experiencias de dolor. La falta de expectativas carcome sus
existencias; sin embargo, la búsqueda de la verdad las une y distancia aún más
de las masculinidades, atrapadas en el éxito laboral, la compostura pública y el
ejercicio del poder sobre las mujeres de su familia.
La perfecta elección y elaboración de los personajes consigue
que en su conjunto el libro proyecte con fuerza su crítica hacia toda una clase
social, en cuyo interior una estirpe masculina brega por mantener sus
privilegios y donde las mujeres se someten a un plan de vida diseñado siempre
por ellos.
Y dentro de todo esto dos mujeres, Carolina y Elisa,
comienzan a resquebrajar el silencio, tratando de entrar en la memoria maldita
del anciano patriarca. Sin embargo, Marchant Lazcano no toma el camino fácil,
no da respuestas, lo que busca más bien es abrir las heridas. ¿Para qué conocer
la verdad sobre el pasado? ¿Se busca justicia o simplemente encarar a los
hechores? ¿Hay compensación posible para quien ha sido víctima?
Asuntos mal tratados es una narración que no solo conmueve, sino que permite
atisbar el tramado de inmoral de un segmento social que oculta sus perversiones
y que privilegia el silencio como autoprotección de una estructura familiar
corrupta. La literatura, como siempre, se adelanta a la “realidad”. Pienso en
ello, mientras leo la prensa y el caso de pedofilia que sacude a la elite
chilena. Marchant Lazcano, como siempre, no defrauda.
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