Realismo puro: A esta misma hora de Maivo Suárez
Maivo Suárez obliga a mirar de frente el
horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera
profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá
de la olvidable nota policial en la prensa.
Suárez, Maivo. A esta misma hora. Valparaíso: Editorial Kindberg, 2024, 248 páginas.
Jocelyn, una de mis alumnas, mencionó esta
novela en clases y planteó una duda razonable: ciertas formas ficcionales de aproximarse
al mal desde un punto de vista extremadamente realista podrían generar el
efecto simultáneo de denunciarlo y a la vez recrearlo y promoverlo. Esta
valiosa interrogante fue lo que detonó mi interés primario por A esta misma
hora de Maivo Suárez.
Suárez elabora una novela situada en un
pueblo argentino, una suerte de oscuro policial rural, donde el papel de
investigadora lo asume Ana, una joven universitaria chilena. Ella busca
información sobre las razones que llevaron al suicidio a su hermana mayor. Ana
pasará una temporada en casa de su prima Rosa y su pequeña hija Belén, donde
conocerá a dos personajes centrales para el desarrollo narrativo: Miguel, un
joven entusiasta en busca de éxito y dinero, y Severino, un enigmático hombre
mayor, a quien Rosa arrienda parte de su propiedad.
La voz omnisciente se enfoca en cada uno de
los personajes, hurgando en sus consciencias de manera tan profunda que, por
momentos, se confunde con un monólogo interior. Una pregunta que surge en
instancias como esta es por qué optar por tal tipo de narrante y no por diversas
voces en primera persona. Mi respuesta es que en esta ocasión la tercera
persona implica asumir un punto de vista coherente con el carácter
investigativo de la historia: por muy cercano que llegue a estar, la tercera
persona impone una distancia que aunque llegue a parecer nula está allí para no
permitirnos caer de lleno en el horror.
Ana que entabla una relación de amistad
con Miguel, amigo de Rosa, quien a su vez trabaja para Bertoni, candidato a
intendente. Esta apertura hacia la política partidista le permite a la novela
dibujar un mundo donde la corrupción está tan naturalizada que prácticamente
nadie piensa que las cosas podrían ser distintas. Aunque sus intereses son
diversos, aun así se vinculan. Mientras
Ana es emotiva, cautelosa y analítica, siempre atenta a sospechar de aquellos
que la rodean, Miguel es un tipo externalizado, ambicioso, socialmente exitoso
y frío. El único punto que los vincula
es su doble faz: Ana pasa por ingenua y Miguel por simplón.
Todo parece indicar que esa forma de
enfrentar el mundo es necesaria para sobrevivir en un paisaje provinciano
claustrofóbico, donde cualquiera puede optar por el crimen. Atrapados en una
oscura nebulosa, los personajes solo pueden velar por su interés personal.
Suárez construye de manera contundente una
comunidad maldita, perfectamente adecuada para el beneficio de una pequeña
cofradía de políticos y empresarios que neutraliza cualquier resistencia de la
población. Su escritura es serena, sin excesos, pero fuerte, decidida a la hora
de presentar personajes viscosos, atractivos en su condición degradada.
Sin embargo, el nivel de degradación llega
a su punto más bajo con Miguel y Bertoni. Ambos comparten sus deseos depravados
por las niñas. La novela se adentra en ellos y logra reproducir el
escalofriante discurso de los depredadores. Entrar en una temática tan
monstruosa suele acarrear problemas a los/as autores/as. En particular, porque podría
ocurrir que la ficción terminara comprendiendo y hasta justificando la figura
del pedófilo.
Suárez se arriesga y no solo expone su
modo de actuar, sino que el detalle de las escenas de abuso y, en especial, los
cuerpos de las víctimas. Así obliga a mirar de frente
el horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera
profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá
de la olvidable nota policial en la prensa.
Por lo mismo, un volumen que se hace cargo
del horror que implica la pedofilia, cumple con visibilizar una zona
inexplorada, pero necesaria: la mente del criminal. En esta historia, la
exposición del deseo pederasta busca exponer la intimidad del sujeto y configurar
las rutas mentales que lo llevan a cometer sus delitos: no es un monstruo, es
un ser humano cualquiera capaz de las peores aberraciones.
Maivo Suárez escribe con precisión,
demuestra oficio y una robustez estilística importante. Imposible no señalar
que se trata una novela fuerte, que consigue remecer y con ello promover
discusiones que salen de la literatura. Con ello la autora retoma una de las funciones
esenciales del realismo literario, mostrar y reflexionar sobre aquello que la
sociedad no quiere ver, aunque escandalice.