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27 septiembre 2024

Realismo puro: A esta misma hora de Maivo Suárez

Maivo Suárez obliga a mirar de frente el horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá de la olvidable nota policial en la prensa.

 

                                       


 

Suárez, Maivo. A esta misma hora. Valparaíso: Editorial Kindberg, 2024, 248 páginas.

Jocelyn, una de mis alumnas, mencionó esta novela en clases y planteó una duda razonable: ciertas formas ficcionales de aproximarse al mal desde un punto de vista extremadamente realista podrían generar el efecto simultáneo de denunciarlo y a la vez recrearlo y promoverlo. Esta valiosa interrogante fue lo que detonó mi interés primario por A esta misma hora de Maivo Suárez.

Suárez elabora una novela situada en un pueblo argentino, una suerte de oscuro policial rural, donde el papel de investigadora lo asume Ana, una joven universitaria chilena. Ella busca información sobre las razones que llevaron al suicidio a su hermana mayor. Ana pasará una temporada en casa de su prima Rosa y su pequeña hija Belén, donde conocerá a dos personajes centrales para el desarrollo narrativo: Miguel, un joven entusiasta en busca de éxito y dinero, y Severino, un enigmático hombre mayor, a quien Rosa arrienda parte de su propiedad.

La voz omnisciente se enfoca en cada uno de los personajes, hurgando en sus consciencias de manera tan profunda que, por momentos, se confunde con un monólogo interior. Una pregunta que surge en instancias como esta es por qué optar por tal tipo de narrante y no por diversas voces en primera persona. Mi respuesta es que en esta ocasión la tercera persona implica asumir un punto de vista coherente con el carácter investigativo de la historia: por muy cercano que llegue a estar, la tercera persona impone una distancia que aunque llegue a parecer nula está allí para no permitirnos caer de lleno en el horror.

Ana que entabla una relación de amistad con Miguel, amigo de Rosa, quien a su vez trabaja para Bertoni, candidato a intendente. Esta apertura hacia la política partidista le permite a la novela dibujar un mundo donde la corrupción está tan naturalizada que prácticamente nadie piensa que las cosas podrían ser distintas. Aunque sus intereses son diversos, aun así se vinculan.  Mientras Ana es emotiva, cautelosa y analítica, siempre atenta a sospechar de aquellos que la rodean, Miguel es un tipo externalizado, ambicioso, socialmente exitoso y frío.  El único punto que los vincula es su doble faz: Ana pasa por ingenua y Miguel por simplón.

Todo parece indicar que esa forma de enfrentar el mundo es necesaria para sobrevivir en un paisaje provinciano claustrofóbico, donde cualquiera puede optar por el crimen. Atrapados en una oscura nebulosa, los personajes solo pueden velar por su interés personal.

Suárez construye de manera contundente una comunidad maldita, perfectamente adecuada para el beneficio de una pequeña cofradía de políticos y empresarios que neutraliza cualquier resistencia de la población. Su escritura es serena, sin excesos, pero fuerte, decidida a la hora de presentar personajes viscosos, atractivos en su condición degradada.

Sin embargo, el nivel de degradación llega a su punto más bajo con Miguel y Bertoni. Ambos comparten sus deseos depravados por las niñas. La novela se adentra en ellos y logra reproducir el escalofriante discurso de los depredadores. Entrar en una temática tan monstruosa suele acarrear problemas a los/as autores/as. En particular, porque podría ocurrir que la ficción terminara comprendiendo y hasta justificando la figura del pedófilo.

Suárez se arriesga y no solo expone su modo de actuar, sino que el detalle de las escenas de abuso y, en especial, los cuerpos de las víctimas. Así obliga a mirar de frente el horror, para que duela, escandalice y avergüence, para que marque de manera profunda la conciencia de los lectores y lectoras, obligándolos a ir más allá de la olvidable nota policial en la prensa.

Por lo mismo, un volumen que se hace cargo del horror que implica la pedofilia, cumple con visibilizar una zona inexplorada, pero necesaria: la mente del criminal. En esta historia, la exposición del deseo pederasta busca exponer la intimidad del sujeto y configurar las rutas mentales que lo llevan a cometer sus delitos: no es un monstruo, es un ser humano cualquiera capaz de las peores aberraciones.

Maivo Suárez escribe con precisión, demuestra oficio y una robustez estilística importante. Imposible no señalar que se trata una novela fuerte, que consigue remecer y con ello promover discusiones que salen de la literatura. Con ello la autora retoma una de las funciones esenciales del realismo literario, mostrar y reflexionar sobre aquello que la sociedad no quiere ver, aunque escandalice.

 

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