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22 marzo 2025

 El sentido vital de la escritura

El protagonista realiza una búsqueda desesperada por encontrar algo que lo salvaguarde del horror. La escritura es en tal sentido la herramienta prioritaria para intentar sobrevivir.



Carolina Mouat. Ahora puedo nombrarte. Santiago: Ediciones Overol, 64 páginas.

En ninguna parte de este libro se alude a su género literario. Entonces ficción y no ficción se convierten en dos posibilidades abiertas en una clara apuesta por la ambigüedad. Y esto no es un detalle menor, porque la incertidumbre radical de Ahora puedo nombrarte de Carolina Mouat amplifica aún más su intensidad. Un riesgo sin duda, pero Mouat lo supera al convocar dos registros de representación de lo real, sin por ello mermar en lo más mínimo el dolor de lo narrado.

El título del volumen nos remite a un presente definitorio, donde una voz en primera persona se ubica en una temporalidad precisa. Es un “ahora” que permite nombrar y con ello otorgar identidad a una presencia contenida en la memoria. Decir, de tal manera, se convierte en un punto de origen y de término: quien narra recupera fragmentos de su memoria, les da forma mediante una escritura intimista, con matices de ingenuidad y de adultez, oscuridades y una atmósfera constantemente perturbadora. 

Los fragmentos son la forma elegida por Mouat para construir su relato. Fragmentos que no siguen una progresión lineal ni causal y que funcionan al modo de una búsqueda intermitente y terrible, un dramático intento de abordar dos vidas, la de Charo y la del narrador. Van apareciendo así fotografías, escrituras e imágenes desmembradas, que operan al modo de flashazos y que poco a poco permiten ir hilvanando una historia de horror.

La voz protagónica es la de un trans, que aun cuando se refiere a sí mismo en masculino, se asume no binarie. Esta figura protagónica tiene treinta años y habla a sus lectores/as, pero también a Charo, la hermana muerta de su padre. Charo es una presencia constante y maldita en la existencia del narrador, en quien la pulsión de muerte está siempre presente. 

Charo estuvo con el narrador desde siempre, como una suerte de amiga divertida y estrambótica a la cual ve itinerar desde la maravilla a la decadencia. Los recuerdos traen la imagen de Charo acercándose peligrosamente a una niña. La duda ante la veracidad del abuso, el deseo de que todo fuese una ficción, el intento de elaborar una suerte de justificación para aquella adulta, prácticamente destruyen su integridad. Todo no es más que una búsqueda desesperada por encontrar “salidas” a la tragedia y que el protagonista explora para encontrar algo que lo salvaguarde de un horror que destruye su pasado y su presente.

La secuencia más intensa del volumen ocurre al recordar que a los quince años, hablando con su madre, surge una especie de revelación: “Tengo miedo de que seas lesbiana por lo que te hizo la Charo”. La palabras de la madre y la respuesta de la protagonista son de un dramatismo extremo. Es precisamente en este instante donde todo se mezcla en un torbellino en el que se confunden culpa, homofobia, negación y un enorme agujero negro en la memoria que empieza a hacerse cada vez más evidente.

Y es por eso que la escritura aparece con una función muy específica: es un acto sanador o, por lo menos, un acto de sobrevivencia. Es la escritura la que permite que el narrador se levante y que confronte con fuerza lo que ha vivido y ha destruido su vida: “Desde que empecé a escribir este texto, he sentido como mi cuerpo activa sus defensas”. Defenderse es reconocer una agresión. Pero nada es tan simple, porque la violencia reaparece y se reitera mediante el recuerdo. Es decir, se sitúa en el pasado como si fuera un hoy, como si otra vez estuviera allí, en aquel entonces donde una chica admira a una adulta: “Mis recuerdos contigo son de mucha luminosidad” señala.

Si bien la realidad se presenta a través de la voz del narrador, los poemas de Charo, firmados bajo el seudónimo de “Estrella”, son también un testimonio de su propio dolor. Esta forma de hacer visible a la figura violenta amortigua en parte la dureza de su imagen: “Aquí yo crucificada/ llevando en este viaje sin rumbo mi alma pervertida [. . .] / mi consciencia sufre. / Estoy loca”. Es desde su propia voz donde surge la palabra “pervertida”. Todo esto no hace más que profundizar la herida y la búsqueda de una explicación, de un terreno firme. Pero qué animó el actuar de la agresora ¿locura o maldad?

Hubo un vínculo entre Charo y la entonces niña, claramente afectuoso. Sin embargo, el relato, al recuperar la memoria, relee y resignifica aquel estado de permanente juego y lo asume en su real dimensión. Lo llamativo de esto es que el abuso sexual es abordado acá más que con rabia, con dolor, en una suerte de oscuro viaje de regreso que de manera cuidadosa y evitando cualquier exceso busca alejarse de la revictimización. Ocurre entonces como si el protagonista no buscara reconstruir el pasado, sino acudir a la memoria para construir algo nuevo.

Carolina Mouat es el nombre que firma la portada. Denominación en femenino social podría resultar un escollo para esta escritura. Sin embargo, esto no ocurre porque el narrador consigue exponer su crisis con intensidad y calma. Su historia no se ha cerrado, quizás jamás se cierre, y deberá aprender a convivir con su monstruoso fantasma. Aunque también es importante remarcar cómo este volumen apunta directamente en contra de una burguesía (la familia) que prefiere el silencio antes que la confrontación y el resguardo de secretos que terminan haciendo aun más trágica la vida de la víctima. 

Ahora puedo nombrarte es un libro conmovedor y al mismo tiempo aterrador, un libro sobre el transitar por donde más duele. La escritura es en tal sentido la herramienta prioritaria para intentar sobrevivir. Mouat, con destreza, pone en marcha su deseo de palabra, de voz, tan necesario como vital, porque escribir le da vida a su protagonista. 



15 marzo 2025

 Sin miedo a las emociones

Garrat juega aquí todas sus cartas especialmente en el ámbito emocional, pero además logra que por fin lo fantástico alcance una dimensión psicológica y política relevante.


Ernesto Garrat. Educación universitaria. Santiago: Hueders, 132 páginas.

El 2017 publica Allegados, tres años después Casa propia y ahora Educación universitaria, la tercera parte y final de su trilogía narrativa. Ernesto Garrat concluye la historia de dos personajes entrañables que representan una de las máximas utopías de la chilenidad clasemediera: poseer una vivienda propia. A partir de ese eje el autor transita por distintas etapas en la vida de una madre y su hijo que no dejan de golpearse contra los cercos de una sociedad orientada a fomentar la desigualdad.

En la primera novela asistimos a la etapa infantil y adolescente del protagonista, quien junto a su madre deambulan de casa en casa. En la segunda entrega de la trilogía, ambos personajes logran arraigarse; sin embargo, el relato posee un giro fantástico que enloda la propuesta de realismo social que el autor había conseguido con excelencia en su primer volumen.

Pero ahora Garrat juega todas sus cartas, especialmente en el ámbito emocional. El protagonista ingresa a la universidad, pero ese momento de esperanza y futuro se verá opacado de manera atroz por el deterioro de la salud de su madre. Eso sí, el autor no puede abandonar su obsesión por lo fantástico: el joven personaje tiene poderes sobrenaturales y convive con un vampiro llamado Mihai.

Lo importante aquí es que lo fantástico alcanza por fin una dimensión psicológica y política relevante, que dialoga en perfecta armonía con la vertiente realista. El vampiro, a quien solo el protagonista ve, interviene en su vida, al modo de un consejero. Esto no implica que la vida del muchacho sea mejor. Al contrario, su existencia se ve cada vez más dañada. Siente que no encaja en la universidad pública donde estudia a inicios de los 90 y que observa impotente la degradación de su madre. El vampiro claramente representa el orden capitalista, un sistema que aplasta, inmoviliza  y donde a duras penas se sobrevive.

El vampiro es una figura de poder, de vigilancia que impone su visión sobre el mundo y que determina los pasos que sigue el protagonista. En este sentido, el chupasangre, se alimenta del sujeto, lo necesita para existir. Por tanto vivir es aceptar con sumisión la existencia de una entidad autoritaria que está por sobre su voluntad.

Dicho de otra forma, el vampiro representa lo que se denomina violencia estructural capitalista, orientada a violentar a los sujetxs, encerrándolos en un supra marco que empobrece, reprime y aliena. Los individuos quedan así entregados a la marginación y la imposibilidad de generar un cambio en sus vidas. Tal cual como le ocurre al protagonista de esta novela.

El detalle temporal, inicios de los 90, pasa a ser importante. Los noventas marcan el fin de la épica, de las grandes luchas sociales colectivas. La democracia neoliberal se impondrá con una fuerza arrolladora, dejando a la sociedad sin utopías. Por eso resulta esperable que el protagonista interiorice la fuerza del poder represor y dedique gran parte de su energía a autojuzgarse. Es aquí donde la novela alcanza uno de sus puntos más altos. El universitario se ensaña consigo, pero también, pese a todo, tiene consciencia de ser un peón del juego maquiavélico del orden social.

Garrat explora en la emotividad de su protagonista de manera feroz. La madre funciona como el mayor apoyo de su existencia; por tanto, si ella se derrumba, él corre la misma suerte. Las escenas donde comparte con su progenitora o recuerda su pasado son de una potencia afectiva enorme. El autor consigue elaborar atmósferas lúgubres, mortecinas, donde no hay escape posible para la madre y su hijo. El encierro o más bien la clausura existencial, caracteriza no solo al acontecer narrativo, a la historia contada, sino que se integra a la prosa, derivando en una escritura oscura, cargada de interrogantes sin respuestas e intensas reflexiones.

Uno de los aspectos más relevantes de este relato es la ausencia de autocensura para abordar el afecto hacia la progenitora. La narración realiza un amplio despliegue de estados emocionales tormentosos que desobedecen el pudor, la contención como parte de las buenas maneras. Garrat no desea ser cool o contenido, va con todo y no le importa si todo suena a bolero o a canción cebolla, su prosa se alza contra el cálculo y la frialdad ante la muerte, propia de los segmentos progres o las elites económicas.

Por eso resuena en este libro la herencia de Nicomedes Guzmán, porque renueva con honores una literatura de la intensidad, la rabia y el resentimiento. Una literatura abandonada por la moda, por la superficialidad. Junto con esto, Educación universitaria ha conseguido que la figura del vampiro ya no solo signifique algo dentro del universo pop o freak, agregándole una carga política sin ambigüedades ni requiebres. Una propuesta valiosa para la literatura y los tiempos turbulentos que corren. 


07 marzo 2025

 

Grandes dosis de maldad

Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que hay que conocer. 


Bernardita Bravo Pelizzola. Voraz. Santiago: La Pollera, 2024, 106 páginas.

Nueve relatos conforman Voraz de Bernardita Bravo Pelizzola. Un libro donde se impone una realidad bullente de claves misteriosas, donde la ambición por poseer afectos, cuerpos y vidas marca el destino de cada una de las protagonistas. Nada se idealiza en esta escritura, todo se ha corrompido y dañado de manera irreversible. La catástrofe no es algo por venir, una amenaza; la catástrofe ya está aquí, en el presente de la narración.

Ancianas, escolares, mujeres de edades diversas, clasemedieras, atrevidas y dispuestas a logras sus metas sin medir consecuencias protagonizan estos relatos en primera persona. Similares a un testimonio, conscientes de dirigirse a su lector/a y con pocas dilaciones o desvíos, porque el núcleo son los discursos del personaje central. En todo caso, a veces la prosa tiende a darle demasiado espacio a frases sentenciosas inconducentes.

Pero eso no impide que la construcción de los personajes mantenga siempre la misma arquitectura: una base muy sólida de maldad, matizada por algunas pizcas de ingenuidad. La maldad femenina es la que aparece en primer plano, aunque siempre el fondo de cada escena se encuentra ocupado por la maldad masculina. Bravo sabe con exactitud cómo sacar provecho de tal circunstancia.

La búsqueda de satisfacción sexual es recurrente en estos personajes, asumida como una forma de compensar carencias y sentir que poseen el control. La heterosexualidad dibuja relaciones binarias, pero donde los hombres son reemplazables y manipulables. Esto implica una profunda disputa por la autoridad, mediante actos sexuales que buscan el goce individual inmediato. En el dominio del territorio sexual son ellas las que siempre toman la iniciativa, esto les permite tener el control y evitar ser víctimas de la violencia, aunque sea transitoriamente.

En “Voraz” una mujer se dirige a su amante. El relato tiene tres modulaciones del narrador: omnisciente, testigo y partícipe de los acontecimientos, todas orientadas a exponer el método que eligió para conseguir satisfacer de su deseo de ejercer el mal o simplemente beneficiarse en su función de amante. Lo importante es que este juego de perspectivas respecto de la narradora, quien llega a elaborar un plan siniestro contra la esposa del amante, es ejecutado de manera exacta.

Planificar es una de las acciones que reiteran estas mujeres. En “La más bella historia de amor”, una vez más encontramos a una mujer que idea una forma de autosatisfacción. Su voz es compartida esta vez con la de su pareja, Pablo. Ambos conforman un matrimonio típicamente burgués que busca apaciguar su rutina mediante triángulos sexuales con desconocidas. Solo mujeres, es el único requisito que el hombre impone al plan de su esposa. El relato de Pablo responsabiliza a Camila de los hechos: “No puedo negar que esa maestría y soltura con que llevaba a cabo sus planes era una de las cosas que me fascinaban de ella. Sí, sus planes. Podría decir perfectamente que fue ella la encargada de las atracciones, la cohesión, las afecciones y la desintegración de nuestra historia”. Una mujer que, además, actuaba: “como si apuntara un revólver en direcciones contrarias y de pronto se disparara en la cara”. El hombre responsabiliza a la mujer del vicio, es ella quien corrompe la aparente armonía familiar. El problema es que todo marcha bien hasta que se llega al final. Es más, este cuento que bien podría ser el más destacable del conjunto, falla al imponerle una resolución demasiado obvia y castigadora. Tanto que revierte toda grandeza de la protagonista al patologizarla y con ello acoger una mirada moralista que la juzga y encasilla, como si la autora no se hubiera atrevido a que en este caso triunfara el mal.

Por fortuna el libro encauza su ruta, se aleja de la moralina y vuelve a los personajes decididos, narcisos, lejanos a sentir culpa por sus acciones. En “Lola y los corderos”, nuevamente aparecen dos narradores: Lola, una mujer que busca hombres débiles, manipulables, que se enamora de un femicida y Damián, su amigo, un tipo dado a victimizarse, que trastorna su vida por la mujer. La dualidad de voces permite contrastar las miradas sobre la protagonista y con ello, ponerla en jaque. No es casual que las voces masculinas tengan por función cuestionar el proceder femenino. El juzgamiento procede de la masculinidad y simboliza la voz social y una suerte de hermandad entre varones.

La autora condensa sus relatos, tensados por una realidad inquietante. Si bien su prosa carece de símbolos y no llega a ser fantástica, confirma los frágiles límites del realismo. Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que me parece necesario conocer.



  El gran momento de Colil El libro hace gala de un manejo de géneros literarios avanzado que no le teme al relato negro, al thriller, el go...