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27 junio 2025

 El gran momento de Colil

El libro hace gala de un manejo de géneros literarios avanzado que no le teme al relato negro, al thriller, el goticismo o lo fantástico; muchos caminos que buscan representar el farsesco proceder de la justicia respecto a los crímenes de la dictadura.



Cosas que no creerías. Juan Ignacio Colil. Santiago: Cormorán Ediciones, 2024, 149 páginas.


Hay que decirlo con toda claridad: Juan Colil es el mejor cuentista nacional de la actualidad. Su persistencia y su estilo único le permiten fusionar una cadencia oscura, la conformación precisa de atmósferas y personajes evasivos, que parecen estar siempre encarando su memoria.

Cosas que no creerías es un conjunto de relatos en torno a la impunidad, llevados por narradores vinculados de una u otra forma delitos prescritos o cuyos autores fueron favorecidos por alguna autoridad para evitar las sanciones legales. Predomina aquí un tono casi testimonial en voces que se niegan al olvido. Recordar y desear justicia parece ser lo único que los mantiene en pie.

Doce historias y doce protagonistas. Individuos de pocas palabras, con vidas comunes, pero analíticos. Ellos, repentinamente se ven insertos en una trama de crimen y muerte que posee dos aristas:  haber sido víctima y requerir venganza o convertirse en investigador por cuenta propia, operando como un detective de la memoria subterránea del país. Los hechos están todos asociados a la dictadura.

“Tres boletos” expresa en plenitud el peso de una injusticia. Un conductor de tren se topa por casualidad a un sujeto con sus nietos. Un aparentemente tierno abuelito, pero que en el pasado fue un criminal. El narrador recuerda a Octavio, su amigo y surge la impotencia, el dolor, pero también una sombra demasiado espesa, algo así como una traición apenas insinuada. A volver al presente piensa: “Qué podía hacer, gritarle asesino, sapo, y qué más”. Colil construye un cuadro moroso, imprevisible, mediante un fraseo breve, seco, separado de emociones evidentes, pero dejando sentir todo el peso de una racionalidad que está del lado del criminal y que no deja lugar al deseo de venganza.

Reconstituir el pasado es parte central del relato “Rawson”, centrado en un vecino de un barrio de Recoleta, quien en 1971 detonó una bomba en un cuartel de la policía. Hecho que llegó a oídos del narrador, mediante la voz de su madre. Este hecho motivará una búsqueda extraña, ya que no podemos entrar a las motivaciones que lo impulsan a realizar una exhaustiva investigación de un suceso lateral y perdido de su infancia. Solo queda elucubrar, quizás recuperar parte de la memoria materna o una muy tardía admiración por quien parece considerar un hombre heroico, que merece ser rescatado del anonimato, como si buena parte de la vida del protagonista se jugara en ello.

Dentro de los relatos más destacables se encuentra “Por una cabeza”. En la línea del policial fantástico, nos enfrentamos a Flores un detective a punto de jubilarse que es convocado a participar en un último caso. El detective arrastra la muerte de su compañero Quintana. La narcolepsia de Flores, le impidió ser testigo del fatal desenlace al interior del vehículo compartido por ambos. Al parecer por esa razón es destinado a un perdido poblado sureño donde ocurrió un robo. Un hecho muy menor que deriva en una intrincada trama sobrenatural donde cada detalle opera como una red de indicios-trampas urdida con precisión en su tono macabro y secuencias de hechos ¿sobrenaturales?

Se podría decir que el volumen deja en claro que más allá de los recuerdos particulares y los ejercicios individuales por seguir manteniendo vivo el deseo de justicia, lo que une los relatos es que toda memoria es memoria del fracaso. Y es precisamente por eso que la literatura, adquiere tanta importancia en Colil: porque el acto de narrar el fracaso aminora un poco su poder destructor, como si el relato pudiera todavía oponerse a esa fuerza arrasadora que viene del pasado.

El libro hace gala de un manejo de géneros literarios avanzado que no le teme al relato negro, al thriller, el goticismo o el clima fantástico. Intensificando su preocupación estético-política por aquellos y aquellas víctimas que carecen de lugar en la memoria del país.

Mis únicos reparos se refieren, en primer lugar, al prólogo:  la literatura no requiere presentaciones, debe sostenerse sin apoyos. Particularmente en el caso de un autor, que a estas alturas no necesita insertar loas en sus libros. El prólogo ensucia, no ayuda. Igualmente ocurre con las fotografías interiores, realizadas por el autor, que constituyen un divertimento más que un aporte al conjunto.

Fuera de estos asuntos, digamos externos, Juan Ignacio Colil demuestra en plenitud su gran sello: una prosa ensordinada, donde todo resulta, como se dice en Chile, quitado de bulla, pero con una potencia enorme. Con una naturalidad de excepción, su escritura se sustenta en un conocimiento técnico preciso, capaz de montar historias siniestras en dos o tres párrafos. Cosas que no creerías es un gran momento dentro de su producción narrativa. 



12 junio 2025

El realismo social no está muerto

 Los horarios atroces, los bajos sueldos, la violencia, la falta de expectativas y la repetitividad es lo que está en el centro de esta novela. Cosas viejas a las que a nuestra literatura le hace tanta falta visitar, aunque sea de vez en cuando.

Pilar Arteaga. Call center. Valparaíso: Emergencia Narrativa, 2024, 90 páginas.

El trabajo es la gran ausencia en la novela chilena del siglo XXI. En una cantidad impresionante de historias los y las protagonista no manifiestan grandes preocupaciones por su situación laboral, convertida en una parte del decorado, que se menciona al pasar, que no alcanza a interrumpir el relato de problemas familiares, sentimentales o metafísicos. De trabajar nada y qué decir de dramas o angustias provocados por el hecho de tener que estar obligados a continuar en esa actividad por necesidad económica. Esta es una constatación investigativa, que extrañamente lleva a gestos de asombro y hasta ira, si una plantea que la novela chilena es burguesa; es decir, llena de sujetos y sujetas para quienes las condiciones materiales de existencia son un tema resuelto o medianamente resuelto. Obvio que hay excepciones y en general muy buenas, pero la dominancia está clara ¿Será muy poco riguroso o muy poco intraliterario decir que nuestra literatura está llena de autores y autoras que parece que no le han trabajado un día a nadie o si lo han hecho casi siempre son labores onderas que les otorgan más estatus que problemas?

Por eso llama tanto la atención que una novela considere el trabajo como una actividad donde la violencia se ha convertido en norma. La falta de expectativas y repetitividad es aquello que está en el centro de Call center de Pili Arteaga. Libro protagonizado por una joven trabajadora de un centro de llamadas, soltera y que vive con su madre y hermana en un apartado barrio de la ciudad capital. Aquí la cosa es simple, sin rodeos: el trabajo es un lugar de explotación altamente deshumanizado, donde cada sujeto/a puede ser reemplazado. Esta incertidumbre permite que los trabajadores/as vivan intentando, bajo el terror del despido, mantenerse a salvo.

Salarios miserables, malos tratos, ignorancia de leyes laborales, jornadas desmesuradas son algunos de los subtemas que el relato propone y desarrolla con severidad. La tristeza empapa esta vida, donde todo parece perdido. Las atmósferas son oscuras, tanto así que la historia se inunda de un tono pesadillesco y desesperanzado, aunque no todo resulta perdido. Un férreo discurso crítico se levanta como la última posibilidad de dar sentido a una existencia que ve todas las puertas del futuro cerradas.

Quizás por eso la voz principal remarca su clase y género, es decir una explotada en todo el sentido de la palabra y por ello da relevancia a las condiciones reales de sobrevivencia. La historia se enfoca en un tramo de la vida de una protagonista que se debate entre la necesidad de insertarse en la maquinaria laboral o dejarse llevar por un mínimo anhelo de respeto. El personaje solo quiere condiciones dignas para ella y sus compañeros de trabajo, una pequeña comunidad imposibilitada de generar demandas. Solo hay dos opciones: aceptar las cosas tal como están o marcharse. Mantenerse en ese inferno es morir de a poco, como señala la voz central: “mi suprema cobardía es superior a mi valor. No tengo madera de heroína pero sí de ser humano. Y deseo, deseo tanto que a veces duele al respirar, pero no mata. Solo aprieta, cada día un poquito más, pero sin quebrar el cuello lo suficientemente fuerte como para morir”.

Arteaga emplea una temporalidad que se alarga y tiende a la reiteración de los hechos, donde no hay cortes que marquen el fin de una secuencia o la llegada a una cumbre dramática. El relato se transforma así en un flujo continuo en torno al malestar laboral y afectivo de la telefonista y su discurso crítico cargado de rabia: “Transo mi tiempo y mi energía por un poco más del sueldo mínimo, lo suficiente como para pagar mis medicamentos, los cigarrillos y una que otra salida en los pocos días libres que tengo”.

La narración va y viene entre el subjetivismo y el objetivismo. En párrafos seguidos, conviven ambos enfoques, el de la crítica social y los deseos íntimos, el relato de experiencias impuestas y experiencias anheladas: “La arena está húmeda, el viento silba, el sol te quema y el aire es podrido. Amo el mar chileno, qué te puedo decir. Cierro los ojos un momento. Hay un ventilador puesto. El viento roza mis orejitas: tiene olor a mar, la sal hecha polvillo fino para que mi organismo mate por un poquito más. Suena una ola y moja mis pies, es helado y es maravilloso”. Escapar, mediante la ensoñación, hacia un lugar costero. Sin embargo, todo está infiltrado de una realidad apesadumbrada de la que cuesta mucho huir, por eso el “aire podrido”. Aun así, la catarsis se produce, es decir con algo de esfuerzo el deseo surge. Un deseo que ni siquiera da para utopía, nada más que un humilde y angustioso anhelo.

Una de los aciertos más interesantes del volumen radica en que este trabajo atroz no solo es un jornada eterna, es mucho más que eso, porque contamina toda la existencia de la protagonista: “Una micro, dos micros, metro, subir y bajar escaleras con las manos congeladas metidas en los bolsillos, cargar la Bip, pasar la Bip por el validador, $720 por viaje en horario valle ni hablar del horario punta cuando pagas $800 y fracción por ir atrapada en un vagón con más personas que el máximo permitido”. El diario vivir de una ciudad que necesita ser alimentada por una comunidad invisible que circula sin descanso en un ir y venir eterno y angustiante.

La autora arma una trama donde la acción es prácticamente nula, reproduciendo con ello, la monotonía de su oficio. Aquello que podría significar error sin vuelta, actúa de manera inversa, porque se transforma en el ritmo de una vida regida por una terrible rutina. Narrar con calma, elaborar atmósferas claustrofóbicas, configurar una vida común sin victimizarse, sino acudiendo a la verosimilitud de la intimidad es un gran logro. En especial, si pensamos que es una primera novela.

El realismo social se niega a morir y cada tanto nos vuelve a sorprender con lo que ha sido su impronta desde siempre: la vida acosada por lo poderes, la explotación laboral, las precarias condiciones materiales de existencia, el trabajo deshumanizante. Cosas viejas a las que a nuestra literatura le hace tanta falta visitar, aunque sea de vez en cuando. Y como no podía ser de otra manera esta novela no ceja en su crítica social para levantar una pequeña esperanza, puesta ahí quizás solo para que la oscuridad no sea total.

 

14 mayo 2025

 Un alto costo por el éxito

Esta comedia livianita y olvidable es bullente en lugares comunes y cursilerías de la protagonista. Una chica ruda y letrada, pero por sobre todo, fanática de un tipo de masculinidad que permanentemente la obliga a degradarse.


Paulina Flores. La próxima vez que te vea, te mato. Barcelona: Anagrama, 2025, 196 páginas.

No debería sorprender, cualquiera puede sacar un libro no logrado o reguleque. Le puede ocurrir a todos y todas. Pero este sorprende y mucho, especialmente por la profundidad del cambio, por su transformación dramática de pasar de ser una de las esperanzas jóvenes de la narrativa de mujeres en Chile a esto. La próxima vez que te vea, te mato de Paulina Flores es una novela que no solo decepciona, sino que preocupa.

Es cierto que, por momentos, Flores logra hacernos reír con las aventuras de Javiera. Ella es una joven chilena, escritora, estudiante de posgrado, ilegal en Barcelona: categóricamente snob, con poco dinero y que realiza talleres literarios on line.

Su principal característica: pretende vivir al ciento por ciento el amor romántico. No de manera irónica, sino apegada totalmente al itinerario romántico. El objeto de su pasión es su roommate Manuel, un guapo y enamoradizo músico peruano. El relato es llevado por Javiera, celópata y, por sobre todo, servil con su macho. Al extremo que las infidelidades del galán peruano, llevan a Javiera a pretender vengarse de sus amantes, dejando indemne al susodicho.

Atrás quedó en Flores su escritura de largo aliento, aquella que hilaba diversas temporalidades y niveles dramáticos, que otorgaba profundidad psicológica a sus personajes mediante líneas sincrónicas, contextos turbios y relaciones afectivas conflictivas. Hoy tenemos a una escritora que se rinde al mercado a través de una trama superficial y una escritura simple, centrada en la acción más que en el discurrir de sus personajes.

Esta comedia livianita y olvidable es bullente en lugares comunes y cursilerías de la protagonista: “quería tomar el control de mi narrativa. Sentir como un pájaro de canto melodioso y apasionado. Pero solo encontraba palomas muertas”. El abuso en cómo se autoconfigura Javiera es excesivo. No hay espacio para la insinuación, todo resulta dicho de manera literal, explícita: “Me gustaba confundir fantasía con realidad para obtener catarsis poéticas y sublimar la pena. Para evitar, precisamente, la locura”. La desconfianza en la capacidad lectora de ir más allá de lo obvio, la desconfianza en que no vamos a poder interpretar ambigüedades, convierte esta escritura en un panegírico simplón de la victimización y del chiste fácil.

Ella es una chica ruda y letrada, pero por sobre todo es fanática de un tipo de masculinidad que permanentemente la obliga a degradarse: “Me di cuenta de que era mi oportunidad para suplicar. Postrarme a sus pies y pedirle que se quedara”. Podría ser evidente que el accionar de la protagonista se deba a la alta dependencia económica respecto de Javier, llevándola a figurar como víctima, pero es tan alto el grado de banalidad de esta ficción que no vale la pena. Resulta inútil el ejercicio de sobreinterpretar con el único objetivo de impedir que esta novela se hunda totalmente en la insignificancia.

Lo más llamativo es que la configuración degradada de lo femenino es ignorada por todo el resto de los personajes del libro. O sea, el universo narrativo naturaliza ese rol sin ningún contrapeso. Inconsciencia compartida, por supuesto por la voz autoral, capturada por un modelo de femenino idiota, subalternizado. Tanto es así que la subordinación y el maltrato se reproduce incluso en el sexo. A tal grado que él la asfixia y le dice “la próxima vez que te vea, te mato”. Amenaza que la protagonista asume como un aderezo lógico y divertido de su relación.

Esto ocurre porque la historia busca construir obsesivamente a una chica ‘alternativa’. El problema es que en que para ello recurre a una propuesta ideológica anacrónica: Javiera es una chica joven, soltera, migrante de clase media que en pleno 2025 sostiene como máximo baluarte de transgresión su libertad sexual. Realmente no, no da. Lo peor es que ese supuesto libertinaje nace sin lugar a dudas del deseo de venganza ante el desapego de su macho latino.

Una pose de rebeldía que cuyo fondo es nada más y nada menos que la vieja creencia en el mito de la posesión y exclusividad de la pareja. O sea, el discurso de la novela está cargadísimo al conservadurismo amoroso-sexual. Dentro de eso, resulta lógico que surja el deseo de Javiera de matar a las amantes del peruano. No se podía esperar menos, el amor es así, qué se le va a hacer.

Flores ha caído en un pozo profundo, muy profundo. Quizás efecto del éxito o, sencillamente, se aburrió de imposturas pasadas. Ser latinoamericana y estar en las ligas mayores de la industria editorial parece que en este caso tiene un costo alto. Veremos si sigue estando dispuesta a pagarlo. 



03 abril 2025

 La lista de Peña

Según esta investigación periodística no solo Gonzalo Contreras, Carlos Iturra y Carlos Franz visitaron la casa de Mariana Callejas. Otras importantísimas figuras del campo cultural, como artistas, poetas e intelectuales, también departieron con la terrorista.


Juan Cristóbal Peña. Letras torcidas. Un perfil de Mariana Callejas. Santiago: Ediciones UDP, 2024, 271 páginas. 

Es casi seguro que más de alguien se horrorizará, sin embargo es innegable que Mariana Callejas es un personaje tremendamente seductor para quien tenga inclinaciones en el cruce de literatura y perversión. Una mujer que representa el mal en estado puro. Una activista del fascismo vinculada a una cantidad importante de crímenes políticos contra opositores a la dictadura. Tanto así que en el subterráneo de su propia casa donde vivía con su marido e hijos funcionaba un centro de torturas y un laboratorio donde se experimentaba con armas químicas para atacar a los enemigos de Pinochet. Pero lo que la hace especialmente interesante para la literatura es que también era escritora.

Y no solo eso, sino que en los primeros años de la dictadura la casa de Callejas y Townley (su cónyuge) y la DINA se convirtió en un lugar de tertulias culturales y talleres literarios. Con el tiempo se comenzaron a saber los nombres de quienes asistían a esos encuentros. Había de todo, escritores experimentados como Enrique Lafourcade y jóvenes aspirantes a escritores como Carlos Franz y Gonzalo Contreras quienes durante años, al ser consultados por el caso Callejas, recurren a la misma explicación: no sabían lo que verdaderamente pasaba en la casa de Lo Curro. Pese a la molestia de estos artistas de la palabra, no es menor la interrogante sobre sus carreras literarias iniciadas en un cuartel de la DINA responsable de centenares de muertes, desapariciones forzadas y torturas. Pero como en este país la memoria es débil y el periodismo cultural se encuentra en modo cadáver, se impone la complacencia y con eso basta.

El último en ser atrapado por esta perversa seducción que provoca Callejas ha sido el destacado periodista Juan Cristóbal Peña quien ha elaborado un necesario trabajo sobre la autora con el nombre de Letras torcidas, Un perfil de Mariana Callejas. Después de años de investigación, el libro recoge gran parte de lo que ya conocemos sobre la escritora y funcionaria de la dictadura. Su vida antes de conocer a Michael Vernon Townley, el gringo agente de la DINA que fabricó la bomba que asesinó al excanciller Letelier y su secretaria Ronni Moffitt en Washington y a Carlos Prats y su esposa Sofía Cuthbert en Buenos Aires. El volumen también consigna la seguidilla de matrimonios de Callejas, amantes, su maternidad, sus viajes, su admiración por la dictadura, las consecuencias judiciales de su participación en crímenes de lesa humanidad y su entusiasmo por la literatura.

Hasta aquí el trabajo de Peña resulta altamente valioso para el público general, porque reúne información dispersa; sin embargo para alguien que algo sabe del tema no resulta tan llamativo. Por lo mismo, crece la ansiedad por encontrar una primicia, un golpe periodístico fundamental para este tipo de investigaciones no autorizadas por la familia o directamente por él/la implicado/a. Y hay que tener paciencia, excesiva según mi parecer. Peña dosifica en demasía el “secreto bombástico”. Claramente faltó dar más relevancia a un hecho que verdaderamente puede sacudir el campo cultural chileno. Quizás también puede ser un problema de la editorial que, en su posible ingenuidad, no advirtió lo que el libro exponía. Responsabilidad autoral o editorial da exactamente lo mismo, el caso es que el libro revela cierta displicencia en uno de los aspectos centrales de la vida cultural de la protagonista.

Donde sí cabe responsabilidad autoral es en el juicio literario de la producción de Callejas. No puede ser que hace unos días, por las redes sociales, Peña se preguntara a la inteligencia artificial cuál sería la valoración de su escritura. Una suerte de ironía ante la supuesta ausencia de críticos certeros o tal vez una autocrítica a sus limitaciones en crítica literaria. Una u otra intención ligadas a la pregunta de Peña, remiten a un fuera del texto literario que me lleva a una nueva interrogante: ¿por qué no incluir su incertidumbre en el libro?

Vamos ahora al hueso.

Gonzalo Conteras, Carlos Franz y Carlos Iturra se han llevado el peso de haber frecuentado a Callejas en su casa. No es que la vida haya sido injusta con este trío, pero solo se los apunta a ellos. ¿Será por ocupar una posición menor en la literatura nacional? Atacarlos, por tanto, no traería grandes consecuencias. Sin embargo, solo fueron la punta de un iceberg, un pequeño trozo visible, ya que la lista de asiduos es extensa y Juan Cristóbal Peña la incluye.

El problema con esta lista de importantes artistas, escritores y críticos es que el libro sencillamente la expone. Por supuesto, que no le estoy pidiendo que exhiba sus fuentes, pero algún dato sobre la procedencia de la información debió haberse incluido. La pregunta es entonces ¿de dónde salen estos nombres? ¿Peña intentó corroborar lo que sus fuentes anónimas (técnica legítima en el periodismo de investigación) le indicaron, entrevistando a quienes aún no han muerto? Estas interrogantes no son contestadas en el volumen, lo cual revela un desacierto contundente.

Que Adriana Valdés acepte sin problemas que junto a Enrique Lihn departió con Callejas en la casa de Lo Curro, no es tan sorprendente. Pero que Nelly Richard, también lo hiciera sí lo es, porque insisto: allí se torturó, asesinó y se prepararon bombas y armas químicas para terminar con la vida de opositores a la dictadura y eso es demasiado importante: “no es extraño que una noche de julio de 1977 se hayan dejado caer por la casa cuartel dos de los principales artistas visuales de la época, Carlos Leppe y Carlos Altamirano, acompañados por la crítica de arte Nelly Richard”. Es urgente confirmar esta información, porque es un hecho gravísimo que merece ser corroborado con todo el rigor que merece.

¿Cuál es el objetivo de consignar nombres? ¿Si es la pura verdad por qué no se entrega información confirmada directamente por la sujeta implicada? ¿Tenía razón Bolaño al proponer que vanguardia y fascismo están íntimamente ligadas? Misoginia no me parece, ya que en la asombrosa lista, la mayor parte de ellos opositores a la dictadura, aparecen más varones que mujeres. En cualquier caso, la sola mención de estos intelectuales es un gesto que violenta en extremo, ya que no se trata de adolescentes como el caso de Contreras y de Franz. Además, en un contexto como el del año 1977 era de público conocimiento, para todo miembro del campo cultural chileno, quienes eran prodictadura. Mi intención es pedir que se profundice en esto. Pruebas como en una novela policial, que sean capaces de convencer, por la importancia personal y cultural de los implicados, que lo planteado es verdadero.

Por otra parte, por desgracia, el volumen restringe una etapa importante de Callejas. Me refiero a su situación judicial o a las repercusiones que tuvo la traición de su marido a uno de los más grandes terroristas que haya tenido Chile como lo es Manuel Contreras. Que solo la expulsaran de la casa en Lo Curro, resulta inverosímil ¿Por qué Contreras se comportó tan discreto en su venganza si es que la hubo?

Peña consigue dar con una línea investigativa impresionantemente importante. Un mérito enorme de su trabajo, que lo hará quedar para la historia de la cultura nacional. En este tipo de libros sus errores pesan menos que sus aciertos, ya que lo más trascendental es considerar la apertura a un universo que desconocíamos, por lo menos yo (ahora van a salir con que todos sabían y era la única que no me había enterado). Es más solo por ese dato, sí sé que escasamente profundizado, resulta fundamental y urgente leer esta investigación. 

22 marzo 2025

 El sentido vital de la escritura

El protagonista realiza una búsqueda desesperada por encontrar algo que lo salvaguarde del horror. La escritura es en tal sentido la herramienta prioritaria para intentar sobrevivir.



Carolina Mouat. Ahora puedo nombrarte. Santiago: Ediciones Overol, 64 páginas.

En ninguna parte de este libro se alude a su género literario. Entonces ficción y no ficción se convierten en dos posibilidades abiertas en una clara apuesta por la ambigüedad. Y esto no es un detalle menor, porque la incertidumbre radical de Ahora puedo nombrarte de Carolina Mouat amplifica aún más su intensidad. Un riesgo sin duda, pero Mouat lo supera al convocar dos registros de representación de lo real, sin por ello mermar en lo más mínimo el dolor de lo narrado.

El título del volumen nos remite a un presente definitorio, donde una voz en primera persona se ubica en una temporalidad precisa. Es un “ahora” que permite nombrar y con ello otorgar identidad a una presencia contenida en la memoria. Decir, de tal manera, se convierte en un punto de origen y de término: quien narra recupera fragmentos de su memoria, les da forma mediante una escritura intimista, con matices de ingenuidad y de adultez, oscuridades y una atmósfera constantemente perturbadora. 

Los fragmentos son la forma elegida por Mouat para construir su relato. Fragmentos que no siguen una progresión lineal ni causal y que funcionan al modo de una búsqueda intermitente y terrible, un dramático intento de abordar dos vidas, la de Charo y la del narrador. Van apareciendo así fotografías, escrituras e imágenes desmembradas, que operan al modo de flashazos y que poco a poco permiten ir hilvanando una historia de horror.

La voz protagónica es la de un trans, que aun cuando se refiere a sí mismo en masculino, se asume no binarie. Esta figura protagónica tiene treinta años y habla a sus lectores/as, pero también a Charo, la hermana muerta de su padre. Charo es una presencia constante y maldita en la existencia del narrador, en quien la pulsión de muerte está siempre presente. 

Charo estuvo con el narrador desde siempre, como una suerte de amiga divertida y estrambótica a la cual ve itinerar desde la maravilla a la decadencia. Los recuerdos traen la imagen de Charo acercándose peligrosamente a una niña. La duda ante la veracidad del abuso, el deseo de que todo fuese una ficción, el intento de elaborar una suerte de justificación para aquella adulta, prácticamente destruyen su integridad. Todo no es más que una búsqueda desesperada por encontrar “salidas” a la tragedia y que el protagonista explora para encontrar algo que lo salvaguarde de un horror que destruye su pasado y su presente.

La secuencia más intensa del volumen ocurre al recordar que a los quince años, hablando con su madre, surge una especie de revelación: “Tengo miedo de que seas lesbiana por lo que te hizo la Charo”. La palabras de la madre y la respuesta de la protagonista son de un dramatismo extremo. Es precisamente en este instante donde todo se mezcla en un torbellino en el que se confunden culpa, homofobia, negación y un enorme agujero negro en la memoria que empieza a hacerse cada vez más evidente.

Y es por eso que la escritura aparece con una función muy específica: es un acto sanador o, por lo menos, un acto de sobrevivencia. Es la escritura la que permite que el narrador se levante y que confronte con fuerza lo que ha vivido y ha destruido su vida: “Desde que empecé a escribir este texto, he sentido como mi cuerpo activa sus defensas”. Defenderse es reconocer una agresión. Pero nada es tan simple, porque la violencia reaparece y se reitera mediante el recuerdo. Es decir, se sitúa en el pasado como si fuera un hoy, como si otra vez estuviera allí, en aquel entonces donde una chica admira a una adulta: “Mis recuerdos contigo son de mucha luminosidad” señala.

Si bien la realidad se presenta a través de la voz del narrador, los poemas de Charo, firmados bajo el seudónimo de “Estrella”, son también un testimonio de su propio dolor. Esta forma de hacer visible a la figura violenta amortigua en parte la dureza de su imagen: “Aquí yo crucificada/ llevando en este viaje sin rumbo mi alma pervertida [. . .] / mi consciencia sufre. / Estoy loca”. Es desde su propia voz donde surge la palabra “pervertida”. Todo esto no hace más que profundizar la herida y la búsqueda de una explicación, de un terreno firme. Pero qué animó el actuar de la agresora ¿locura o maldad?

Hubo un vínculo entre Charo y la entonces niña, claramente afectuoso. Sin embargo, el relato, al recuperar la memoria, relee y resignifica aquel estado de permanente juego y lo asume en su real dimensión. Lo llamativo de esto es que el abuso sexual es abordado acá más que con rabia, con dolor, en una suerte de oscuro viaje de regreso que de manera cuidadosa y evitando cualquier exceso busca alejarse de la revictimización. Ocurre entonces como si el protagonista no buscara reconstruir el pasado, sino acudir a la memoria para construir algo nuevo.

Carolina Mouat es el nombre que firma la portada. Denominación en femenino social podría resultar un escollo para esta escritura. Sin embargo, esto no ocurre porque el narrador consigue exponer su crisis con intensidad y calma. Su historia no se ha cerrado, quizás jamás se cierre, y deberá aprender a convivir con su monstruoso fantasma. Aunque también es importante remarcar cómo este volumen apunta directamente en contra de una burguesía (la familia) que prefiere el silencio antes que la confrontación y el resguardo de secretos que terminan haciendo aun más trágica la vida de la víctima. 

Ahora puedo nombrarte es un libro conmovedor y al mismo tiempo aterrador, un libro sobre el transitar por donde más duele. La escritura es en tal sentido la herramienta prioritaria para intentar sobrevivir. Mouat, con destreza, pone en marcha su deseo de palabra, de voz, tan necesario como vital, porque escribir le da vida a su protagonista. 



15 marzo 2025

 Sin miedo a las emociones

Garrat juega aquí todas sus cartas especialmente en el ámbito emocional, pero además logra que por fin lo fantástico alcance una dimensión psicológica y política relevante.


Ernesto Garrat. Educación universitaria. Santiago: Hueders, 132 páginas.

El 2017 publica Allegados, tres años después Casa propia y ahora Educación universitaria, la tercera parte y final de su trilogía narrativa. Ernesto Garrat concluye la historia de dos personajes entrañables que representan una de las máximas utopías de la chilenidad clasemediera: poseer una vivienda propia. A partir de ese eje el autor transita por distintas etapas en la vida de una madre y su hijo que no dejan de golpearse contra los cercos de una sociedad orientada a fomentar la desigualdad.

En la primera novela asistimos a la etapa infantil y adolescente del protagonista, quien junto a su madre deambulan de casa en casa. En la segunda entrega de la trilogía, ambos personajes logran arraigarse; sin embargo, el relato posee un giro fantástico que enloda la propuesta de realismo social que el autor había conseguido con excelencia en su primer volumen.

Pero ahora Garrat juega todas sus cartas, especialmente en el ámbito emocional. El protagonista ingresa a la universidad, pero ese momento de esperanza y futuro se verá opacado de manera atroz por el deterioro de la salud de su madre. Eso sí, el autor no puede abandonar su obsesión por lo fantástico: el joven personaje tiene poderes sobrenaturales y convive con un vampiro llamado Mihai.

Lo importante aquí es que lo fantástico alcanza por fin una dimensión psicológica y política relevante, que dialoga en perfecta armonía con la vertiente realista. El vampiro, a quien solo el protagonista ve, interviene en su vida, al modo de un consejero. Esto no implica que la vida del muchacho sea mejor. Al contrario, su existencia se ve cada vez más dañada. Siente que no encaja en la universidad pública donde estudia a inicios de los 90 y que observa impotente la degradación de su madre. El vampiro claramente representa el orden capitalista, un sistema que aplasta, inmoviliza  y donde a duras penas se sobrevive.

El vampiro es una figura de poder, de vigilancia que impone su visión sobre el mundo y que determina los pasos que sigue el protagonista. En este sentido, el chupasangre, se alimenta del sujeto, lo necesita para existir. Por tanto vivir es aceptar con sumisión la existencia de una entidad autoritaria que está por sobre su voluntad.

Dicho de otra forma, el vampiro representa lo que se denomina violencia estructural capitalista, orientada a violentar a los sujetxs, encerrándolos en un supra marco que empobrece, reprime y aliena. Los individuos quedan así entregados a la marginación y la imposibilidad de generar un cambio en sus vidas. Tal cual como le ocurre al protagonista de esta novela.

El detalle temporal, inicios de los 90, pasa a ser importante. Los noventas marcan el fin de la épica, de las grandes luchas sociales colectivas. La democracia neoliberal se impondrá con una fuerza arrolladora, dejando a la sociedad sin utopías. Por eso resulta esperable que el protagonista interiorice la fuerza del poder represor y dedique gran parte de su energía a autojuzgarse. Es aquí donde la novela alcanza uno de sus puntos más altos. El universitario se ensaña consigo, pero también, pese a todo, tiene consciencia de ser un peón del juego maquiavélico del orden social.

Garrat explora en la emotividad de su protagonista de manera feroz. La madre funciona como el mayor apoyo de su existencia; por tanto, si ella se derrumba, él corre la misma suerte. Las escenas donde comparte con su progenitora o recuerda su pasado son de una potencia afectiva enorme. El autor consigue elaborar atmósferas lúgubres, mortecinas, donde no hay escape posible para la madre y su hijo. El encierro o más bien la clausura existencial, caracteriza no solo al acontecer narrativo, a la historia contada, sino que se integra a la prosa, derivando en una escritura oscura, cargada de interrogantes sin respuestas e intensas reflexiones.

Uno de los aspectos más relevantes de este relato es la ausencia de autocensura para abordar el afecto hacia la progenitora. La narración realiza un amplio despliegue de estados emocionales tormentosos que desobedecen el pudor, la contención como parte de las buenas maneras. Garrat no desea ser cool o contenido, va con todo y no le importa si todo suena a bolero o a canción cebolla, su prosa se alza contra el cálculo y la frialdad ante la muerte, propia de los segmentos progres o las elites económicas.

Por eso resuena en este libro la herencia de Nicomedes Guzmán, porque renueva con honores una literatura de la intensidad, la rabia y el resentimiento. Una literatura abandonada por la moda, por la superficialidad. Junto con esto, Educación universitaria ha conseguido que la figura del vampiro ya no solo signifique algo dentro del universo pop o freak, agregándole una carga política sin ambigüedades ni requiebres. Una propuesta valiosa para la literatura y los tiempos turbulentos que corren. 


07 marzo 2025

 

Grandes dosis de maldad

Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que hay que conocer. 


Bernardita Bravo Pelizzola. Voraz. Santiago: La Pollera, 2024, 106 páginas.

Nueve relatos conforman Voraz de Bernardita Bravo Pelizzola. Un libro donde se impone una realidad bullente de claves misteriosas, donde la ambición por poseer afectos, cuerpos y vidas marca el destino de cada una de las protagonistas. Nada se idealiza en esta escritura, todo se ha corrompido y dañado de manera irreversible. La catástrofe no es algo por venir, una amenaza; la catástrofe ya está aquí, en el presente de la narración.

Ancianas, escolares, mujeres de edades diversas, clasemedieras, atrevidas y dispuestas a logras sus metas sin medir consecuencias protagonizan estos relatos en primera persona. Similares a un testimonio, conscientes de dirigirse a su lector/a y con pocas dilaciones o desvíos, porque el núcleo son los discursos del personaje central. En todo caso, a veces la prosa tiende a darle demasiado espacio a frases sentenciosas inconducentes.

Pero eso no impide que la construcción de los personajes mantenga siempre la misma arquitectura: una base muy sólida de maldad, matizada por algunas pizcas de ingenuidad. La maldad femenina es la que aparece en primer plano, aunque siempre el fondo de cada escena se encuentra ocupado por la maldad masculina. Bravo sabe con exactitud cómo sacar provecho de tal circunstancia.

La búsqueda de satisfacción sexual es recurrente en estos personajes, asumida como una forma de compensar carencias y sentir que poseen el control. La heterosexualidad dibuja relaciones binarias, pero donde los hombres son reemplazables y manipulables. Esto implica una profunda disputa por la autoridad, mediante actos sexuales que buscan el goce individual inmediato. En el dominio del territorio sexual son ellas las que siempre toman la iniciativa, esto les permite tener el control y evitar ser víctimas de la violencia, aunque sea transitoriamente.

En “Voraz” una mujer se dirige a su amante. El relato tiene tres modulaciones del narrador: omnisciente, testigo y partícipe de los acontecimientos, todas orientadas a exponer el método que eligió para conseguir satisfacer de su deseo de ejercer el mal o simplemente beneficiarse en su función de amante. Lo importante es que este juego de perspectivas respecto de la narradora, quien llega a elaborar un plan siniestro contra la esposa del amante, es ejecutado de manera exacta.

Planificar es una de las acciones que reiteran estas mujeres. En “La más bella historia de amor”, una vez más encontramos a una mujer que idea una forma de autosatisfacción. Su voz es compartida esta vez con la de su pareja, Pablo. Ambos conforman un matrimonio típicamente burgués que busca apaciguar su rutina mediante triángulos sexuales con desconocidas. Solo mujeres, es el único requisito que el hombre impone al plan de su esposa. El relato de Pablo responsabiliza a Camila de los hechos: “No puedo negar que esa maestría y soltura con que llevaba a cabo sus planes era una de las cosas que me fascinaban de ella. Sí, sus planes. Podría decir perfectamente que fue ella la encargada de las atracciones, la cohesión, las afecciones y la desintegración de nuestra historia”. Una mujer que, además, actuaba: “como si apuntara un revólver en direcciones contrarias y de pronto se disparara en la cara”. El hombre responsabiliza a la mujer del vicio, es ella quien corrompe la aparente armonía familiar. El problema es que todo marcha bien hasta que se llega al final. Es más, este cuento que bien podría ser el más destacable del conjunto, falla al imponerle una resolución demasiado obvia y castigadora. Tanto que revierte toda grandeza de la protagonista al patologizarla y con ello acoger una mirada moralista que la juzga y encasilla, como si la autora no se hubiera atrevido a que en este caso triunfara el mal.

Por fortuna el libro encauza su ruta, se aleja de la moralina y vuelve a los personajes decididos, narcisos, lejanos a sentir culpa por sus acciones. En “Lola y los corderos”, nuevamente aparecen dos narradores: Lola, una mujer que busca hombres débiles, manipulables, que se enamora de un femicida y Damián, su amigo, un tipo dado a victimizarse, que trastorna su vida por la mujer. La dualidad de voces permite contrastar las miradas sobre la protagonista y con ello, ponerla en jaque. No es casual que las voces masculinas tengan por función cuestionar el proceder femenino. El juzgamiento procede de la masculinidad y simboliza la voz social y una suerte de hermandad entre varones.

La autora condensa sus relatos, tensados por una realidad inquietante. Si bien su prosa carece de símbolos y no llega a ser fantástica, confirma los frágiles límites del realismo. Si hay algo claro es que Bernardita Bravo narra de manera personalísima y con ello, establece un lugar literario que me parece necesario conocer.



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