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17 enero 2025

Un debut esperanzador: De un infierno a otro de Julia Guzmán

Julia Guzmán elabora un conjunto de impecables historias donde revierte lugares comunes del género investigativo. Este significativo debut resulta muy saludable para la literatura policiaca nacional, tradicionalmente propiedad de varones.


Julia Guzmán. De un infierno a otro. Santiago: LOM, 2024, 115 páginas.

 

El 2024 ha sido el año de la narrativa policial escrita por mujeres. Un nombre importante en este flujo de autoras es el de Julia Guzmán quien ha publicado recientemente su primer libro de cuentos. De un infierno a otro contiene diez relatos, algunos no inéditos, donde se advierte una fuerte preocupación por explorar distintas configuraciones del género femenino, privilegiando mundos interiores en crisis, vidas expuestas al daño y a decisiones irreversibles.

Dos matrices posee el volumen: una netamente detectivesca, clásica, centrada en dos investigadores privados que deben resolver casos a partir de la pesquisa y el análisis y otra, que se ciñe al estilo domestic noir, donde personajes comunes resultan apresados por conflictos domésticos que en algún momento podrían llegar a ser delictivos. El punto en común de ambas matrices es su distancia de problemáticas sociales, esto le permite concentrarse en la condición hipócrita del ser humano. Generalmente son los varones quienes actúan de manera solapada y violenta. Las mujeres, por su parte, son personajes con muchos matices, vericuetos que delatan un carácter en ocasiones decidido, pero también compasivo y sometido.

La intención de Guzmán de alejarse de los crímenes de gran envergadura representa un giro importante respecto de los que tradicionalmente realiza el género policial, estas narraciones huyen de lo grande, lo estruendoso, tanto así que optan por delitos menores o por situaciones que solo en apariencias parecen punibles. Sin embargo, situarse en lo menor no implica para nada la pérdida del suspenso, el planteamiento de un enigma, una atmósfera oscura y personajes decadentes.

Cinco de estos relatos son protagonizados por Miguel Cancino y Ester Molina, quienes abandonaron sus estudios universitarios para dedicarse al oficio de investigadores privados sin contactos con la oficialidad policial. Ocasionalmente se ayudan en su oficio y aunque él demuestra admiración por Ester, no son pareja romántica. Ambos comparten rasgos como la soledad, la precariedad económica y un aire de fracaso vital. En cuanto a diferencias, Cancino es retraído, tímido y meditabundo. Ester, por su parte, es directa, pragmática y autoritaria. Un componente central en la conformación del personaje femenino es su lesbianismo. Resulta un verdadero acierto que la autora saque de la heterosexualidad a la mujer detective, rompiendo con una tradición masculinista del policial en Chile.

En oposición a las historias en torno a Cancino y Molina se encuentran los domestic noir, donde se enfatiza el suspenso, el vagabundeo psicológico y el protagonismo de la mujer, esta vez como entidad activa y no solo como víctima. En estos relatos, predomina la mujer heterosexual harta de la rutina, violentada por su pareja, la maternidad o por una pequeña comunidad laboral que la desprecia. Cada narración posee un conflicto asociado a una crisis de identidad que arrastra a las mujeres a situaciones límites. Así ocurre con “Rutinas indelebles” donde una madre preocupada de su hijo olvida al amigo de éste en una plaza o en “De un infierno a otro”, uno de los mejores del conjunto, donde una mujer casada se va con su amante a vivir a una comunidad isleña. Inesperadamente le toca convivir con la exmujer de su pareja y la pequeña hija. La atmósfera tormentosa contribuye con oficio a potenciar el atolladero en que se encuentra la protagonista.

Un caso particular lo constituyen dos relatos que en el fondo son uno. Es decir, del primer relato se deriva el segundo. La autora hace gala de un manejo técnico preciso, mediante la utilización de un personaje que transita de secundario, en el primer cuento, a protagonista, en el segundo. Los relatos en cuestión son “Silencio en la noche” y “Un amigo circunstancial”. En el primero una mujer arrienda una habitación de hotel para escribir. Mientras trabaja, ocurre un hecho delictual en una habitación vecina que podría acarrearle grandes problemas. En el siguiente relato, el protagonista es uno de los personajes del cuento que elabora la escritora. El encadenamiento de ficciones no solo funciona perfecto, sino que confirma la multiplicidad de enfoques que pueden derivarse de un mismo acontecimiento.

Esto confirma que Guzmán posee un conocimiento profundo sobre el género literario que cultiva. Y por fortuna lo demuestra con hechos y no teorizando, salvo en el primer cuento del volumen. Mediante la voz del detective Cancino se describe la denominada crítica policial del narrador francés Pierre Bayard. Claramente esta referencia implica un gesto metaliterario, una suerte de declaración de principios respecto a cómo abordar el relato policial. Cuando leemos a un/a detective o investigador/a, accedemos solo a “uno” de los posibles caminos resolutivos del acertijo propuesto. Las interpretaciones textuales, por más verosímiles que sean, no son más que “una” posibilidad de desentrañar la realidad ficticia. Esto implica que lxs lectorxs operen como detectives que sospechen de todo, incluso de la propuesta de verdad construida por el protagonista. Por tanto, más importante que el remate de un conflicto o caso policial es el proceso que experimenta un personaje, cuyo fin ya no es arribar a lo que supone sea la verdad.

Julia Guzmán elabora un conjunto de impecables historias donde revierte lugares comunes del género investigativo. Su escritura es limpia, fluida y precisa en su articulación argumentativa. Respecto a su pareja de detectives, hay que decir que son figuras excepcionales para protagonizar una saga, donde se profundice en sus posiciones ideológicas, sus hábitos culturales, su clase y género. Es imposible, por ahora, decidir cuál de las dos modalidades de relato funciona mejor en la autora: ¿la narración detectivesca o la narración doméstica? Ambas resultan no solo bien elaboradas, sino que complejas a pesar de su brevedad, abordando llamativamente lo femenino y manteniendo una fuerte intensidad en los conflictos.

La presencia cada vez mayor de autoras policiales permite afianzar la solidez de un género, que si bien ha aportado importantes nombres a la literatura nacional, ha sido fundamentalmente propiedad de varones.

10 enero 2025

 La crueldad enmascarada: El sótano rojo de Jorge Baradit

En El sótano rojo Baradit se burla con ganas de los familiares de los detenidos desaparecidos y como si no fuera suficiente se ríe del feminismo, lo mapuche y el mundo popular.

 



Jorge Baradit. El sótano rojo. Santiago: Suma de letras, 2024, 224 páginas.

Todo indica que con esta nueva novela Jorge Baradit comienza a dejar atrás algunas de sus obsesiones, explorando nuevos escenarios. Pero esto no surge de una búsqueda estética ni nada parecido, es más bien una adecuación a las nuevas condiciones del mercado y a las exigencias de una clientela que pudo haberse aburrido de esa sobrecargada prosa esotérica sci-fi llena de símbolos elegidos para promover un discurso filonazi-friki. Una prosa que fue exitosa en la primera década de este siglo, pero como sabemos el mercado es implacable y su mantra es renovarse o morir. Así que en esta ocasión el mayor mérito de Baradit es tratar de no parecer envejecido u obsoleto y, como buen comerciante de la palabra escrita, parece haberse dado cuenta del cambio de escenario. Al contrario de los 2000 donde era menos evidente, hoy el discurso público está saturado de falsedades, falacias, discriminaciones y aberraciones de todo tipo, expresadas de manera pedestre, simple, directa. No más rodeos ni símbolos a destajo. Vamos ahora por la literalidad.

En El sótano rojo Baradit se burla con ganas de los familiares de los detenidos desaparecidos y como si no fuera suficiente se ríe del feminismo, lo mapuche y el mundo popular. Una verdadera masacre, al estilo de la nueva ultraderecha, que utiliza la literatura para levantar una discursividad fascista que banaliza todo, menos su mito más querido, es decir, su adoración por las figuras masculinas despiadadas, que ahora proyectan su poder más allá de la muerte.

La protagonista y narradora es Tamara, cuyo nombre es un vulgar guiño a la famosa rodriguista, vivió el exilio en Francia. En su presente ha retornado a Chile junto a su padre, decano de una prestigiosa universidad. Estamos a comienzos de los 90; Tamara estudia arquitectura, tiene un novio izquierdista y está obsesionada con descubrir el paradero de su madre, mirista y detenida desaparecida desde 1977.

Tamara es una mujer infantilizada, histérica, ingenua, obsesiva, irracional, ignorante, abortista, racista y clasista. Tamara no duda en referirse así a su novio: “indio de mierda, comunista hediondo a marihuana”. Mientras ella se autodefine como: “toda francesa buscando por Santiago un café decente” o “Es cierto, me emocionan los discursos de Allende. La historia la hace el pueblo; viva el pueblo, vivan los trabajadores. Pero no soporto esta hediondez, el sudor, sus miradas viscosas”. Finalmente, respecto a lxs chilenxs del mundo popular, los fulmina con estas palabras: “Son feos, huelen a genitales o a vino; las mujeres también son gordas, figuras de la edad de piedra rematadas con una mata de pelo teñido rubio color paja, mujeres que solo se diferencian de los hombres porque son más chillonas, se pintan la cara y usan falda”, “El paseo Ahumada es más raro que la cresta. Está lleno de chilenos y los chilenos son feos, de brazos y piernas cortos, con el abdomen hinchado y manos diminutas”. Pese a todo esto, Tamara vive como una disciplinada izquierdista.

Es aquí donde ya se escucha la excusa del tipo: “no entendiste la ironía”, “es una parodia” y etc., como si la parodia y el sarcasmo fueran un antídoto mágico que por sí solos ahuyentaran los contenidos discriminadores y misóginos. El volumen insistirá en la configuración negativa de la protagonista y de otros personajes con la débil excusa de una ironía que supuestamente todo lo aguanta. Mediante el seudo humor, la narración se las rebusca para materializar un genérico mujer que caracterizada como bruja, traidora y estúpida. Una de las escenas que mejor grafican este machirulismo se ve cuando Tamara discute con Raúl, en los siguientes términos: “Me sentí asquerosa y quería agarrarlo a palos. Tomé el cenicero y se lo tiré a la cabeza. Fallé.

—¡Cálmate, Tamara, por la cresta!

—¡Nada de cálmate, hijo de puta, estamos hablando de violación!

—¡Tú te acercaste a mí y empezaste a toquetearme!

—¡Mentira, no me acuerdo... pero mentira! —aunque lo veo tan desconcertado que una pequeña luz de duda empieza a abrirse paso a través de mi furia. Además, este huevón es un pan de Dios. Me calmo un poco, la cabeza corre a mil por hora, me siento cubierta por una capa de aceite y gérmenes. Quiero ducharme”. El pobre hombre es sometido a una falsa denuncia de violación, por suerte ella pudo ver la luz y darse cuenta que atacaba a un masculino “más bueno que el pan”.

En oposición a femenino degradado, está el ensalzamiento de la masculinidad. Los hombres son templados, racionales y pragmáticos. Esto llega al extremo en la forma como la novela conforma a los represores, prácticamente unos superhombres. Es tanta su grandiosidad que aún tras su muerte siguen con su labor criminal, inspirando temor, torturando, asesinando y justificando las razones de su actuar.

Es cierto que Baradit evoluciona, pero no se olvida de sus clichés más queridos. Así, otra vez aparecen, sin necesidad alguna para la historia, los hechos del Seguro Obrero, nazis en el sur de Latinoamérica y, por supuesto, el Führer, que a esta altura viene siendo su amuleto. En términos de escritura, hay algunas novedades, porque elabora a la protagonista con mayor dedicación. En sus anteriores producciones, los personajes han sido siempre símbolos. Tamara, es, por supuesto, una mujer-símbolo, pero también una mujer común. Además esta vez incluso los diálogos son más fluidos.

La otra novedad importante es el carácter didáctico de la narración, mucho más evidente que en sus antiguos textos. Eso del gurú nazi lisérgico lleno de imágenes, ya fue. Ahora, se trata, como se ha dicho, de ser entendible y para ello hay que hablar más claro y entretener a los lectores. Nada mejor entonces que una anécdota con fantasmas y terror. Aunque esto es solo una fachada, ya que en el fondo hay una manipulación del género con la finalidad de levantar una propuesta política que justifican el Golpe, la dictadura y la violencia. Aquí resulta llamativo el detallismo de las escenas de tortura, una suerte de recreación perversa, obscena y sin contrapeso alguno. Es tal el desnivel entre Tamara y estos personajes aborrecibles que discursivamente el texto no puede dejar de inclinar su verdad hacia la justificación de la historia maldita del país.

Pero entremos de lleno en lo sobrenatural, porque ahí la cosa se pone peor. La contratación de los servicios de una vidente mapuche que viven en Puente Alto, con uñas sucias, ropa grasienta, olor a orina, que además se alimenta con “comida de neandertales”, es el gran detonante del universo fantasmal. La vidente llega a la casa de los abuelos de la joven para realizar un ritual que permita conocer el paradero de Alejandra, la madre de la protagonista. La casa en cuestión es una suerte de organismo vivo en la que coexisten diversos tiempos y fantasmas de agresores y víctimas y donde se vuelve casi imposible descender al círculo mayor del infierno.

Las secuencias donde predominan los espectros son innumerables, extenuantes, simples, poco llamativas. Igualmente, las etapas del ritual de la bruja son risibles, propias de una imaginación agotada; el autor se plagia y acude a intertextualidades de un nivel en extremo básico. Porque asociar Tamara con Cecilia Magni, Raúl (su novio) con Pellegrini, la casa embrujada con Poltergeist y el descenso al círculo infernal de Dante es de novatos del más bajo nivel. De igual manera, establecer una crítica encubierta a un posible gobierno de niños acomodados es de una obviedad supina.

A partir de esto, se puede plantear que la novela no tiene ningún valor literario, pero sí logra exponer con claridad e insistencia cuatro ejes fundamentales: la denigración de la mujer, la patologización de la búsqueda de detenidos desaparecidos, la justificación del golpe y la dictadura y la imposibilidad de superar el fracaso del país debido a su mala raza. Respecto a la mirada proyectada sobre los delitos en derechos humanos es la del justo castigo. Lxs militantes se merecían la muerte debido a su absurdo proceder. La novela expone a victimarios y víctimas atrapadas en un presente continuo. Esta suerte de destino paritario es apenas una débil cáscara ya que el poder se encuentra para siempre en manos de los agentes de la dictadura.

Mediante una operación de camuflaje el volumen intenta pasar gato por liebre o, dicho en términos más académicos, generar ambigüedad sobre la ideología autoral. Esto, supuestamente, impediría una toma de partido, al instaurar una suerte de anarquismo, una lucha contra todos los poderes que se pongan por delante. Sin embargo, esta propuesta fracasa, porque el lugar desde donde se narra este libro resulta evidente. Y eso es lo más penoso: la necesidad de enmascararse de anarquista o nihilista (estoy contra todos, no respeto nada y blablablá) para jugar a escondidas la carta del fascista más extremo.

Baradit elabora una novela infame, casposa, blindada en un seudoanarquismo racista, misógino, aporofóbico, que aborrece todo aquello que suene a comunidad “subversiva”. La narración, además, utiliza como ratas de laboratorio a los detenidos desparecidos, para probar su tesis sobre los errores de la izquierda chilena. El supranarrador de esta novela, anhela un orden autoritario, en apariencias odia las castas, pero las promueve mediante una propuesta de higienización de la mugre social, la cual será castigada en este mundo y en el de más allá.


02 enero 2025

Más allá del entusiasmo y el pesimismo

¿Quién se atreve hoy, desde la literatura, a enarbolar un discurso pro revuelta? Por eso que la tesis central de Matapacos es tan importante, porque se niega a la clausura y no asocia derrota con pérdida de esperanza.



Claudio Tapia. Matapacos. Santiago: Editorial Perras Palabras, 2024, 169 páginas.

La Revuelta Social en Chile, ocurrida entre octubre de 2019 y marzo del 2020, tuvo efectos literarios bastante interesantes. A cinco años del comienzo de este intenso, esperanzador y trágico fenómeno ya contamos con un corpus contundente formado principalmente por novelas, pero que también incluye poesía. El periodo más prolífico de publicación de libros sobre el estallido es el año 2020; sin embargo, hasta hoy se sigue publicando sobre este tema. 

Ahora, un nuevo volumen se suma a esta producción. Matapacos, una novela de Claudio Tapia, donde se propone una analogía entre el famoso perro y el protagonista. Matapacos es el nombre de un perro que si bien tenía una dueña que se preocupaba de él, su verdadera vocación era la calle. Su nombre original era El Negro, un quiltro, como se les llama en Chile a los perros mestizos, que ganó su apodo acompañando a numerosas manifestaciones callejeras, siempre del lado de quienes protestaban. “Paco” es el nombre que recibe la policía uniformada. Muerto en 2017 se convirtió en un símbolo de la resistencia durante el estallido.

La narración avanza entre el entusiasmo y el pesimismo, entusiasmo por un presente de lucha, alegría y compañerismo. Pesimismo, por un futuro que en el momento mismo de la protesta se empieza a vislumbrar aciago. Los pequeños triunfos y momentos de alegría son azotados con severidad por la tragedia. La violencia represiva va dejando muertos, mutilados, torturas y golpizas.  Todo eso quedará en la impunidad y es precisamente la constatación de la impunidad uno de los aspectos que mejor trata la novela de Tapia, que presagia la falta de justicia o los perdonazos a las fuerzas policiales  a quienes les ordenaron violentar a una población armada solo de piedras frente a una contraparte con armamento militar.

Sin embargo, esa mezcla de entusiasmo y pesimismo, más el fracaso y la impunidad no dejan lugar a la pérdida de sentido y menos al arrepentimiento. La idea de salir a marchar, de enfrentarse al poder, de reclamar y alzar una esperanza no son puestas en duda, no hay en este libro lugar para un revisionismo que aplaste el origen legítimo de todo lo ocurrido, no hay una clausura que cierre el pasado con el sello del error. Nada de eso, por el contrario la novela trasmite que a pesar de todo valió la pena el esfuerzo.  

Álvaro es el protagonista, un joven de la comuna de La Cisterna que se ve obligado a abandonar sus estudios universitarios por problemas económicos. Álvaro es primero un testigo que mantiene una distancia crítica bastante fuerte con las protestas y rebeldías. Pero la novela se encargará de mostrarnos su tránsito hacia un compromiso cada vez mayor: “Quiero que este sea un país más justo y no me gusta sentirme de brazos cruzados. Creo que estamos en una ventana única y, si se suelta la calle, estos políticos culiaos nos van a cagar de nuevo”.

El itinerario de decisiones que experimenta el personaje central es descrito con acuciosidad, estableciéndose un parangón entre el desmoronamiento de su familia y su ingreso a la lucha social.  El joven, en principio, se integra a las brigadas de la Cruz Roja que auxilian a los heridos, para luego migrar a la primera línea. A partir de la nueva función, muestra arrojo y un compromiso vital que lo llevan a ser llamado por sus compañeros de lucha como “Matapacos”. Es acá cuando comienza a proponerse la similitud entre el animal y el protagonista. De alguna manera el humano se acerca cada vez más a esa existencia del animal como un luchador por naturaleza

Es por esto que el volumen logra abrir la figura del perro Matapacos hacia un lugar más allá del símbolo, o sea sin dueño, libre y siempre en el lugar de los marginados. Y esto lo hace adentrándose en una suerte de poshumanismo donde se ha destruido la distinción jerárquica entre lo humano y lo no-humano. El “otro” ya no son solo las personas, sino todo aquello que tiene vida. La animalidad, en tal sentido, viene a representar la caída del sujeto como origen y fundamento de la realidad. Animalidad que ya no es un insulto que conlleva rasgos de bestialidad, salvajismo, irracionalidad y ausencia de espíritu. En términos contrastivos el animal es una metáfora de la esclavitud, la dependencia, el abuso, como ocurre con los marginados sociales. Esta narración humaniza al perro y con ello lo convierte en otro protagonista.

A pesar de esto, la apertura del símbolo del Matapacos no deja de ser un tanto ingenua, ya que genera una cierta infantilización de la historia, lo que en última instancia perturba el realismo predominante. Quizás el problema se produce porque la novedosa vertiente antiespecista, o sea la humanización del perro, llega demasiado tarde al relato. O, dicho de otra forma, la fantasía, se introduce de manera forzada en el realismo.

Más allá de lo anterior, Matapacos sostiene todo lo contrario a lo que la hegemonía neoliberal manifiesta en la literatura autorreferencial, donde domina la identidad narcisa. Uno de los aspectos que el neoliberalismo ha impuesto con más fuerza en la literatura nacional es el predominio del yo, del individualismo. Los protagonistas suelen alejarse de cualquier instancia colectiva, impidiendo con ello, todo tipo de agenciamiento. Esto significa, además, adoptar un discurso indiferente a los procesos sociales, el sinsentido de todo acto de resistencia y la convicción de la inutilidad de la literatura como herramienta de cambio.

Es por esto que el volumen se vuelve una pieza narrativa valiosa, es decir porque se inclina hacia la épica de una particular colectividad: sin nombre, líderes ni manifiestos, que no se dará por derrotada, pese sus múltiples fracasos. Es cierto que esta comunidad es configurada a través de una evidente romantización de la gesta popular y de sus luchadorxs, pero habría que preguntarse si acaso esto no es necesario frente al grotesco discurso de rechazo y arrepentimientos de todas las fuerzas políticas, incluso las beneficiadas por su efectos, como es el caso del gobierno y la izquierda, que prácticamente no ha tenido contrapesos en lo público en estos cinco años.

¿Quién se atreve hoy, desde la literatura, a enarbolar una discurso pro revuelta? La versión oficial ha triunfado: el estallido fue delincuencia, violencia irracional, un momento demasiado sombrío. Por eso es que la tesis central de Matapacos es tan importante, porque se niega a la clausura y no asocia derrota con pérdida de esperanza. Este libro confirma que la historia sigue abierta y que la versión oficial es solo una versión más.


Un debut esperanzador: De un infierno a otro de Julia Guzmán Julia Guzmán elabora un conjunto de impecables historias donde revierte luga...