El corrupto redimido: Mal de altura de Gonzalo Maier.
El único interés que moviliza y que le da fuerza a la historia es excusar y lavar la imagen del corrupto empresario. Por la cantidad de errores que tiene el libro, Maier parece un escritor primerizo.
Gonzalo Maier. Mal de altura. Santiago: Penguin Random House, 2024, 132 páginas.
Digamos que lo intentó, pero no le dio el vuelo. La idea de
poner a conversar a un filósofo con un empresario corrupto podría haber
funcionado. Redimir al delincuente y prácticamente santificarlo, ha llevado
esta novela al carajo. Mal de altura parte de una idea interesante: dos
directivos de un holding muy importante y gestores de uno de los mayores
delitos tributarios en la historia del país fueron sancionados con clases de
ética en una conspicua universidad nacional.
Este suceso da lugar a un relato protagonizado por Sócrates
Saavedra. Un mediocre profesor de filosofía nacido en los noventa, que trabaja
en una lujosa universidad precordillerana. Su contraparte es Echaurren, un exitoso
empresario a quien la justicia condena a tomar clases de filosofía.
Saavedra y Echaurren
se ven obligados a pasar largas jornadas, caminando por el borde cordillerano, repasando
obras filosóficas clásicas que puedan iluminar la vida del condenado. La novela
se enfoca en la vida privada del profesor y en el desempeño académico de su
alumno. Sócrates cumple perfectamente con el estereotipo de filósofo: un doctorado
en Alemania que entendió que la filosofía era preguntarse cosas como de dónde
venimos y hacia dónde vamos, ese nivel. Por supuesto que es solitario y con una
vida amorosa fracasada. En lo laboral es mediocre y a pesar de su juventud
parece siempre agotado de la vida, aunque sin dramatismo alguno. Sin embargo,
no todo es tan básico. El empresario es construido desde el comienzo como un
feroz amante del conocimiento, un tipo abierto al cambio y a la redención.
El problema mayor es que la anécdota es totalmente plana, sin
tensiones. Eso se podría haber compensado con conversaciones profundas entre
los personajes y con algún grado de desencuentro entre sus puntos de vista,
pero nada. Los personajes apenas evolucionan, no hay sorpresas, llevando la
trama a una pasividad de lujo. Además, se reiteran situaciones y la forma
cansina del habla del narrador solo consigue que el tedio se apodere del acto
de lectura.
La razón de todo esto es haber centrado la historia en
excusar y lavar la imagen del corrupto empresario. Todo el esfuerzo, si es que
lo hay, está puesto en presentar al ser humano tras el estafador de cuello y
corbata. Un tipo, según el parecer del narrador: “desvalido, quebrado,
desesperado”. Rasgos de los que no hay el más mínimo vestigio. Pese a ello, el
filósofo se atreve a afirmar, con una ligereza impresionante, que se encuentra
ante un hombre al que: “la plata le importaba poco y nada. Por un lado, la
tenía y, por otro, lo pasaba bien multiplicándola [. . .] Era una forma
de vida como podía serlo la medicina o la filosofía, o incluso los viajes
espaciales. Echaurren no buscaba plata, nada le interesaba menos, sino una vida
a través de la plata”. O sea es tanto y tan ridículo el afán reivindicatorio
del volumen que dice que al tipo que ha estado todo su vida solo preocupado de
ganar dinero, el dinero no le interesa.
De todas formas hay que admitir que en un punto la novela
rozó una derivación interesante: el enamoramiento que el profesor siente por su
discípulo: “un iluminado, un profeta, y yo un ciego que no lo pudo reconocer
cuando pasó a mi lado”. Pero para Sócrates esto no es solo un amor platónico,
lo desea con todas las de la ley: “yo quería que él estirara un brazo sobre mis
hombros, que me apretara contra su pecho, quería sentir el olor de su
desodorante, la pesadez de su aliento, y que me preguntara si no quería ser
parte del directorio de una minera o de un banco menor”. Está claro que el
filósofo no siente solo amor, sino que también quería agarrar un puestecito
bien pagado, una cosa poca con unos cuantos millones de sueldo. La mezcla de
poder, dinero y homoerotismo era un buena veta, pero el volumen se autocastra y
la deja ahí como un acto fallido.
Cuando Echaurren se integra al circuito social del maestro y
empieza a compartir con otros intelectuales, que por supuesto escuchan jazz en sus fiestas, se empieza a
dibujar un posible intercambio de roles o robo de identidad. El libro acorta la
distancia entre el narrador (Sócrates) y el héroe (Echaurren) en un proceso tan
anunciado que no provoca sorpresa alguna.
Por la cantidad de errores que tiene el libro, Maier parece
un escritor primerizo. La extraordinaria ingenuidad con que trata el tema de un
millonario corrupto termina convirtiendo todo el esfuerzo en una simple y
benevolente mirada hacia los poderosos.
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