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03 octubre 2024

 

 Errores no forzados: La mujer del río de Paula   Ilabaca

 Es un error importante que hasta la mitad del volumen no surja el “caso” policial. Para   peor, Ilabaca lava la imagen de la PDI de aquellos años oscuros y con ello destruye una   novela que, al abordar temáticas como el aborto y la violencia de género, habría   resultado un acierto.

 


 Ilabaca, Paula. La mujer del río. Santiago: Sudamericana, 2024, 184 páginas.

Lo mínimo que se puede esperar de una novela negra o de un policial es que haya un “caso”. Cuando no surge hasta la mitad del libro, la situación se pone compleja. Esto es lo que sucede con La mujer del río de Paula Ilabaca. Se podría argumentar que esta historia intenta realizar una intervención en el género, orientado a remover las expectativas lectoras. Sin embargo creo que nos encontramos, más bien, ante un fallo estructural.

Resulta valioso que nuestras narradoras busquen cada vez con más fuerza adentrarse en un género que desde su origen ha estado ligado a la masculinidad. En esa perspectiva, es válido preguntarse si necesariamente los relatos negros o policiales escritos por mujeres deberían tener rasgos que las identificaran como tales, es decir, si es posible (o legítimo) esperar algo distinto. El caso es que en el panorama nacional de la novela negra o policial escrita por mujeres en el siglo XXI efectivamente se van configurando algunos elementos que dejan en claro que la mayor cantidad de mujeres trabajando en este género sí implica transgresiones importantes.

Ilabaca presenta un libro donde se enfatiza la veta romántica. Esto significa que la relación amorosa de la protagonista tiene un lugar preferencial en la anécdota. El centro de la historia es Mercedes Torrealba, Comisaria de la Brigada de Homicidios de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI). Personaje que carece de heroísmo; es más, son más visibles sus defectos que virtudes. Esta configuración del personaje va unida a una personalidad fuerte, pero también muy emotiva. Torrealba no contiene sus sentimientos, sus desbordes, como el llanto, ante situaciones que la exceden. Además, es una mujer clásicamente seductora, una femme fatal, vestida con elegancia, maquillada con dedicación, que exuda femineidad en sus gestos.

El volumen, por tanto, se apropia del estereotipo, pero en vez de usarlo como símbolo del mal, tal cual ocurre en la novelística de varones, resignifica tal caracterización, humanizándola como personaje y sacando partido de su condición de perdedora. Es más, la importancia de lo romántico en la comisaria, funciona como ejemplo de una sujeta, culturalmente condicionada para centrarse en los afectos y depender de lo masculino.

En todo caso, que Mercedes sea un buen personaje no es el único aspecto valioso en este libro. A esto hay que sumarle los quiebres temporales. Si bien todo ocurre entre mayo y diciembre de 1984, la narración rompe la linealidad, conformando con ello un interesante puzle cronológico. Tanto así que incluso aparece de manera tangencial una niña llamada Amparo Leiva, la detective que protagoniza novelas anteriores de Ilabaca. Para bien o para mal, la detective Torrealba se transformará en un modelo en la adultez de Amparo.

Los problemas surgen cuando prestamos atención a la estructura. Es un error importante que hasta la mitad del volumen no surja el “caso” policial. Dedicarle tanto tiempo solo a la configuración de la detective Torrealba permite que se instale la duda sobre el destino de la narración.

Por desgracia, igual de preocupante es un evidente error en la construcción del contexto. La novela se sitúa en 1984, un año tremendamente violento por los intentos de la dictadura de acallar las protestas. En el libro ese contexto no existe, no hay indicio de él. Por lo tanto, todos los PDI solo están preocupados del ambiente delictivo normal. Y eso provoca un efecto de inverosimilitud del que la novela no puede escapar. Para peor, la narración toma partido por la PDI, la que funciona como una entidad autónoma simplemente dedicada a crímenes comunes y no tiene nada que ver con la estructura represiva de la dictadura. Tanto así que el organismo represivo al que pertenece la pareja de la protagonista no se menciona; aunque para un lector/a nacional, se entiende que se trata de la CNI, no se nombra. El resultado es que la PDI es limpia, justa, dedicada a ejercer una labor benéfica para la ciudadanía.

No está de más recordar que la PDI y la CNI operaban de manera conjunta en la creación de montajes, ejecuciones y desapariciones. Por lo mismo resulta incomprensible que la protagonista se aterre cuando ve un cadáver flotando en el río. No solo Santiago, sino el país estaba repleto de cadáveres de opositores al régimen. El resultado es que Torrealba, funcionaria destacada de un organismo represor y encargada de homicidios, vive en un mundo paralelo, solo dedicada a labores profesionales. La pregunta que surge a partir de lo anterior es ¿para qué situar la novela durante la dictadura si no iba a ser capaz de, por lo menos, mencionar siquiera algunos temas importantísimos respecto de la dictadura?

En definitiva, Ilabaca lava la imagen de la PDI de aquellos años oscuros y con ello destruye una novela que, al abordar temáticas como el aborto y la violencia de género, más la presencia de una mujer que acusa el peso de la masculinidad que la rodea, habría resultado un acierto.

Tan importante como lo anterior resulta el hecho de que la autora se desligue del estilo de escritura que había venido realizando. Me refiero con ello a una prosa sinuosa, con un alto componente lírico y temáticas filosóficas en las reflexiones de sus protagonistas. Esta vez opta por un lenguaje parco, salvo en algunas escenas sexuales que caen en el cliché, y un exagerado tono informativo para todo aquello que tiene que ver con la institución policial ante la cual no escatima halagos.

 

 

 

 

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