Errores no forzados: La mujer del río de Paula Ilabaca
Es
un error importante que hasta la mitad del volumen no surja el “caso” policial. Para peor, Ilabaca lava la imagen de la
PDI de aquellos años oscuros y con ello destruye una novela que, al abordar
temáticas como el aborto y la violencia de género, habría resultado un acierto.
Ilabaca, Paula. La mujer del río. Santiago: Sudamericana, 2024, 184 páginas.
Lo
mínimo que se puede esperar de una novela negra o de un policial es que haya un
“caso”. Cuando no surge hasta la mitad del libro, la situación se pone compleja.
Esto es lo que sucede con La mujer del río de Paula Ilabaca. Se podría
argumentar que esta historia intenta realizar una intervención en el género,
orientado a remover las expectativas lectoras. Sin embargo creo que nos
encontramos, más bien, ante un fallo estructural.
Resulta
valioso que nuestras narradoras busquen cada vez con más fuerza adentrarse en
un género que desde su origen ha estado ligado a la masculinidad. En esa
perspectiva, es válido preguntarse si necesariamente los relatos negros o
policiales escritos por mujeres deberían tener rasgos que las identificaran
como tales, es decir, si es posible (o legítimo) esperar algo distinto. El caso
es que en el panorama nacional de la novela negra o policial escrita por
mujeres en el siglo XXI efectivamente se van configurando algunos elementos que
dejan en claro que la mayor cantidad de mujeres trabajando en este género sí
implica transgresiones importantes.
Ilabaca
presenta un libro donde se enfatiza la veta romántica. Esto significa que la
relación amorosa de la protagonista tiene un lugar preferencial en la anécdota.
El centro de la historia es Mercedes Torrealba, Comisaria de la Brigada de
Homicidios de la Policía de Investigaciones de Chile (PDI). Personaje que
carece de heroísmo; es más, son más visibles sus defectos que virtudes. Esta
configuración del personaje va unida a una personalidad fuerte, pero también muy
emotiva. Torrealba no contiene sus sentimientos, sus desbordes, como el llanto,
ante situaciones que la exceden. Además, es una mujer clásicamente seductora,
una femme fatal, vestida con elegancia, maquillada con dedicación, que
exuda femineidad en sus gestos.
El
volumen, por tanto, se apropia del estereotipo, pero en vez de usarlo como
símbolo del mal, tal cual ocurre en la novelística de varones, resignifica tal caracterización,
humanizándola como personaje y sacando partido de su condición de perdedora. Es
más, la importancia de lo romántico en la comisaria, funciona como ejemplo de una
sujeta, culturalmente condicionada para centrarse en los afectos y depender de
lo masculino.
En todo caso, que Mercedes sea un buen personaje no es el único aspecto valioso en este libro. A esto hay que sumarle los quiebres temporales. Si bien todo ocurre entre mayo y diciembre de 1984, la narración rompe la linealidad, conformando con ello un interesante puzle cronológico. Tanto así que incluso aparece de manera tangencial una niña llamada Amparo Leiva, la detective que protagoniza novelas anteriores de Ilabaca. Para bien o para mal, la detective Torrealba se transformará en un modelo en la adultez de Amparo.
Los problemas surgen cuando prestamos atención
a la estructura. Es un error importante que hasta la mitad del volumen no surja
el “caso” policial. Dedicarle tanto tiempo
solo a la configuración de la detective Torrealba permite que se instale la
duda sobre el destino de la narración.
Por
desgracia, igual de preocupante es un evidente error en la construcción del
contexto. La novela se sitúa en 1984, un año tremendamente violento por los
intentos de la dictadura de acallar las protestas. En el libro ese contexto no
existe, no hay indicio de él. Por lo tanto, todos los PDI solo están
preocupados del ambiente delictivo normal. Y eso provoca un efecto de
inverosimilitud del que la novela no puede escapar. Para peor, la narración
toma partido por la PDI, la que funciona como una entidad autónoma simplemente
dedicada a crímenes comunes y no tiene nada que ver con la estructura represiva
de la dictadura. Tanto así que el organismo represivo al que pertenece la
pareja de la protagonista no se menciona; aunque para un lector/a nacional, se
entiende que se trata de la CNI, no se nombra. El resultado es que la PDI
es limpia, justa, dedicada a ejercer una labor benéfica para la ciudadanía.
No
está de más recordar que la PDI y la CNI operaban de manera conjunta en la
creación de montajes, ejecuciones y desapariciones. Por lo mismo resulta
incomprensible que la protagonista se aterre cuando ve un cadáver flotando en
el río. No solo Santiago, sino el país estaba repleto de cadáveres de
opositores al régimen. El resultado es que Torrealba, funcionaria destacada de
un organismo represor y encargada de homicidios, vive en un mundo paralelo,
solo dedicada a labores profesionales. La pregunta que surge a partir de lo
anterior es ¿para qué situar la novela durante la dictadura si no iba a ser
capaz de, por lo menos, mencionar siquiera algunos temas importantísimos
respecto de la dictadura?
Tan
importante como lo anterior resulta el hecho de que la autora se desligue del
estilo de escritura que había venido realizando. Me refiero con ello a una prosa
sinuosa, con un alto componente lírico y temáticas filosóficas en las reflexiones
de sus protagonistas. Esta vez opta por un lenguaje parco, salvo en algunas
escenas sexuales que caen en el cliché, y un exagerado tono informativo para
todo aquello que tiene que ver con la institución policial ante la cual no
escatima halagos.
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